Hoy es ese viernes telonero que anuncia el inicio de la vía dolorosa, de ese camino de injurias, blasfemias, mentiras e injusticias que Dios quiso pisar hasta llegar a su meta, una meta en la que le esperaba una cruz.
Se abre el telón de ese escenario en el que se va a revivir un drama, la Obra Maestra en la que la muerte, tras saborear su victoria inicial, se encontrará a ella misma.
Todo presagia dolor, días propensos a rasgarnos las vestiduras del alma por contribuimos a que se produjera ese Viacrucis, único e irrepetible, en el que el cuerpo de Cristo, la carne de Dios, se expuso a ser maltratada, hasta el extremo de saborear la muerte.
Son días en los que las lágrimas del alma y los gemidos del corazón se funden con una vaga felicidad que, aunque incapaz de sobreponerse al dolor, sobrevuela esta tragedia y va dejando ecos de esperanza porque sabe que esto no es el final.
Hoy se anuncia el inicio de la vía dolorosa, y lo haremos en compañía de María, quien ya vislumbra la punta de esa espada que traspasará su alma. Pero ella nos recuerda que para alcanzar la meta hay que pasar por la cruz, una cruz que empieza a dibujar su sombra este Viernes de Dolores en el que la Pasión deja al descubierto todo su dolor y, también, todo el amor; un amor divino por salvar al hombre del pecado; un amor en el que no podían faltar las lágrimas de María por su Hijo, al que acompañó hasta verle perder la vida.
Viernes de Dolores: asoman esas espinas que coronaron la cabeza de Jesús y el corazón de María.
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