"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13)
Oh Amor, que retienes a mi Jesús, mi dulce salud, tan fuertemente unido a la cruz, que expira bajo tu mano, se muere de amor. Amor, ¿qué estás haciendo? Tú no te ahorras nada ni te das descanso hasta que hayas rescatado a todos los malhechores. Tú no pones medida al amor... Amor, tu experiencia ha tocado el corazón de mi Jesús con tanta fuerza que, roto por el amor, este corazón se ha estrujado. Amor, hete aquí feliz, de aquí en adelante satisfecho, porque mi Jesús se suspende muerto ante sus ojos: muerto, verdaderamente muerto, a fin de que yo tenga la vida en abundancia; muerto, para que el Padre que me adopte como hijo muy amado, muerto a fin de que yo viva más feliz...
Oh muerte que das tantos frutos, de gracia, que bajo tu protección, mi muerte es tranquila y sin temor. Muerte de Cristo que traes la vida, la gracia, me refugio a la sombra de tus alas (Sal 35,8). Muerte de donde brota la vida, haz que una suave chispa de tu amor vivificante arda en mí para siempre. Muerte gloriosa, muerte fructífera, muerte en suma de mi salvación, amistoso contrato de mi rescate, pacto firme de mi reconciliación, muerte triunfante, dulce y llena de vida, en ti brilla para mí con una caridad tal que ni en el cielo y ni en la tierra hemos encontrado otra comparable.
Oh muerte de Cristo, que amo de todo corazón, tu eres la confianza espiritual de mi corazón. Muerte amante, en ti se contienen para mi todos los bienes. Tómame, por favor, bajo tu benevolente protección, a fin que en mi muerte repose dulcemente bajo tu sombra (Ct 2,3). Muerte misericordiosa tu eres mi vida feliz. Tú eres mi mayor suerte (Sal 15,5). Tú, tu eres mi sobreabundante salvación. Tú eres mi más preciosa heredad.
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