¡Oh Jesús mío!, pongo mis manos en las tuyas; veo que en cada movimiento que haces, las llagas de tus manos se van abriendo cada vez más y más, y el dolor se hace más intenso y amargo. Amado Bien mío, quiero ofrecerte todas las obras santas de las criaturas para confortar y endulzar de algún modo la amargura de tus llagas.
UCM
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