A fin de devolver la blancura a la multitud, uno solo se dejó ennegrecer (...), porque “dice la Escritura, que es bueno que un solo hombre muera por el pueblo”. Es bueno que sea uno solo el que toma la semejanza en una carne de pecado, y así no sea condenada toda la raza. El resplandor de la esencia divina queda, pues, velada bajo la forma de esclavo, para salvar la vida del esclavo. El esplendor de la vida eterna se eclipsa en una carne para purificar la carne. Para iluminar a los hijos de los hombres, el más bello de los hijos de los hombres (sl 44,3) debe quedar oscurecido en su Pasión y aceptar la ignominia de la cruz. Desangrado en la muerte, pierde toda belleza, todo honor, para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef 5,27).
sábado, 9 de abril de 2022
"Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo"
Pero bajo esta tez morena (Ct 1,5) reconozco al rey (...); lo reconozco y lo abrazo. El color miserable de la enfermedad humana recubre su majestad; su rostro está como ocultado, deshecho en la hora en que para reunirnos sufrió todos los ataques, excepto el del pecado, pero yo veo su gloria que reside en el interior; adivino el esplendor de su divinidad, el triunfo de su fuerza, el resplandor de su gloria, la pureza de su inocencia!
Reconozco también la forma de nuestra naturaleza manchada, reconozco esta túnica de piel, el vestido de nuestros primeros padres (Gn 3,21). Mi Dios se ha revestido de ella tomando la forma de esclavo, hecho semejante a los hombres (Flp 2,7) y vestido como ellos. Bajo esta piel de cabrito, signo del pecado, de la cual se recubrió Jacob (Gn 27,16) reconozco la mano que no tiene pecado alguno, la nuca jamás encorvada bajo la impronta del mal. Yo sé, Señor, que tú, por naturaleza, eres manso y humilde de corazón, abordable, pacífico, sonriente, tú, que has sido ungido con aceite de júbilo (Mt 11,29; Sl 44,8). ¿De dónde, pues, te viene este rudo parecido con Esaú, esta horrible apariencia de pecado? ¿Ah, ya sé, es la mía! (...) Reconozco a mi bien, y bajo esta cobertura veo a mi Dios, mi Salvador.
San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Homilía 28 sobre el Cantar de los Cantares
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