Nunca agotaremos el misterio de un Dios que tuvo cuerpo, ¿cómo no iba a querer María Magdalena abrazarlo, retenerlo, después de haberlo perdido? ¿Cómo no iban a desear los discípulos volver a comer con Él? Sin embargo, poco a poco caen en la cuenta de que ha empezado otra relación: física, sí, porque sigue actuando en ellos y en el mundo, pero también espiritual, porque pide los sentidos nuevos que Él mismo les da. El Pan que descendió del cielo vive ahora en todo, de una manera misteriosa. Por eso a veces parece que no está.
Pero cuando aparece, nos damos cuenta de que la soledad y el abandono que habíamos sentido eran cosa más nuestra que suya. ¿Ves ahora como seguía estando aquí, en la gente que te ayudaba, en la misión a la que te había enviado? Hacía falta tiempo, salir de tu embrollo. Sigo trabajando en ti y en los demás, nos dice el Señor. Soy el Dios que trabaja, un Dios con cuerpo. Si quieres, puedes seguirme. Acuérdate de continuar mirando hacia fuera y hacia dentro, a los lugares donde sigo sembrando. Acuérdate de mí, porque estoy haciendo el camino junto a ti.
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