Apenas ayer, te recibí con palmas y gritos de alegría, porque eres rey, …mi rey. ¿Cómo no habré de gastar mi mayor fortuna para aliviar tus pies?
Me uno a tu pasión y acaricio esos pies que van a caminar por las calles empedradas y los caminos escabrosos de mi conciencia, cargando con el peso de mis pecados. Déjame ungir tus pies con lo mejor que tengo, ahora que tengo vida y que tú estás aquí… llegará el momento de oscuridad, donde no pueda ver tus pies ni tus huellas.
Sé que no necesitas de mis atenciones, ni que gaste una fortuna en consentirte, cualquier perfume que derrame sobre tus pies vale poco, muy poco, …son mis lágrimas con las que enjuago tus pies, las que te conmueven, son tantas que logran lavar la tierra que se te ha pegado y son tantas, porque he abierto a tope la llave de mis sentimientos y mi pesar, y las he dejado correr. Con mis lágrimas te digo ¡gracias!, gracias, porque con tal que viva, me has dado hasta la última gota de tu sangre. Con cada lágrima que derramo sobre tus pies, también te pido perdón, perdón por todo lo que no te doy, por todo lo que me reservo, por todo lo que guardo para mí y no lo pongo a tu servicio. Pero sé que no eres tú quien necesita de mis lágrimas y mi perfume, soy yo quien necesita dártelas.
Convierte mis lágrimas de dolor y vergüenza, en lágrimas de alegría, porque el precio de mi rescate ya has pagado con creces.
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