Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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ACI prensa

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

viernes, 31 de julio de 2020

Meditación de las dos banderas


No debemos ser católicos "asintomáticos": hay que mojarse y decidir entre Cristo o el mundo, y luchar por el Reino de Dios, presente también aquí en la tierra.

Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
 
San Ignacio (como militar que fue), era consciente de que la vida espiritual es lucha, y el campo de batalla es el corazón: no es un territorio exterior sino el corazón del hombre, el mío y el de mis hermanos. Por lo tanto, percibimos que lo que se pone en juego es si mi corazón queda bajo la bandera de Jesús o bajo la bandera del enemigo, Satanás.

Lo que se decide en el combate es si en mi corazón se instaura el reino de los cielos con su ley de amor y con el estilo de la vida del Señor (pobreza, humildad, servicio) o se instala el reino de este mundo con sus leyes y su estilo de vida (riqueza, vanidad, soberbia).

Esta lucha que se da en el corazón hay que saber discernirla, saber si lo que estoy sintiendo es de Dios o es del enemigo. 

La regla de San Ignacio sobre la consolación dice “Es propio del buen Espíritu dar ánimo y fuerza, consolaciones, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos para que se pueda obrar el bien; y en contraste, el mal espíritu nos trae tristeza, nos pone impedimentos, nos inquieta con falsas razones para impedir que vayamos adelante

Este proceso que vamos haciendo de descubrir cuáles son las cosas que no nos ayudan a ser más fieles al Señor, está lucha que se va librando en nuestro corazón nos va ayudando a ser más libres, más hijos de Dios y a descubrir cómo el Señor nos cuida y nos sostiene. No es sólo para nosotros, sino que es para que ayudemos a otros a liberarse, a crecer en amistad con el Señor."


¿No es este el hijo del carpintero?



La respuesta del Señor Jesucristo: Convenía que yo me ocupara de las cosas de mi Padre (Lc 2,49), no indica que la paternidad de Dios excluya la de José. ¿Cómo lo probamos? Por el testimonio de la Escritura, que dice así: Y les respondió: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Ellos, sin embargo, no comprendieron de qué les estaba hablando. Y, bajando con ellos, vino a Nazaret y les estaba sometido (v. 51)… ¿A quiénes estaba sometido? ¿No era a los padres? Uno y otro eran los padres… ellos eran padres en el tiempo; Dios lo era desde la eternidad. Ellos eran padres del Hijo del hombre, el Padre lo era de su Palabra y Sabiduría (1 Co 1,24), era Padre de su Poder, por quien hizo todas las cosas. […]

Ya he hablado bastante sobre por qué no debe preocupar el que las generaciones se cuenten por la línea de José y no por la de María: igual que ella fue madre sin concupiscencia carnal, así también él fue padre sin unión carnal. Por tanto, desciendan o asciendan por él las generaciones. No lo separemos porque careció de concupiscencia carnal. Su mayor pureza reafirme su paternidad, no sea que la misma santa María nos lo reproche. Ella no quiso anteponer su nombre al del marido, sino que dijo: Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando (Lc 2,48). […]

¿Acaso se le dice: “Porque no lo engendraste por medio de tu carne”? Pero él replicará: “¿Acaso ella le dio a luz por obra de la suya?”. Lo que obró el Espíritu santo, lo obró para los dos. Siendo —dice— un hombre justo, dice el evangelista Mateo (1,19) justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo, que reposaba en la justicia de ambos, dio el hijo a ambos.

San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 51, §19-20 y 30



jueves, 30 de julio de 2020

“En la orilla… se recoge lo que es bueno”


“Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad” (Sl 95,13). ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto a sí a sus elegidos (Mc 13,27) y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda (Mt 25,33). ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia (Lc 6,37). Dirá, en efecto, a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Y les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber”, y lo que sigue (Mt 25,31s)…

¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da de lo que te sobra… Y si dieras de lo tuyo, sería generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no hayas recibido? (1C 4,7). Éstas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que “regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad”.



San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Comentario sobre el salmo 95, 14-15







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