La gracia de Dios es una semilla que no hay que sofocar, que tampoco hay
que exponer mucho. Se debe alimentar en el corazón sin demasiado mostrarla
delante de los hombres.
De dos tipos de gracia, aparentemente pequeñas, dependen nuestra
perfección y salvación. Primer gracia, una luz que nos hace descubrir una
verdad. Tenemos que recogerla con cuidado y velar a que no se apague por
nuestra falta, servirnos de ella como regla para nuestras acciones y ver a
dónde nos conduce. Segunda gracia, un movimiento que nos lleva a realizar una
acción de virtud en ciertas ocasiones. Tenemos que ser fieles a esos
movimientos, porque esa fidelidad puede ser el centro de nuestra felicidad.
Dios nos puede inspirar una mortificación en ciertas circunstancias. Si
escuchamos su voz, quizás producirá en nosotros grandes frutos y santidad. En
cambio, despreciar esta pequeña gracia puede tener funestas consecuencias, como
ha ocurrido a ciertos favorecidos por ella, que cayeron en desgracia por no
haberla ayudado.
San Claudio de la Colombière (1641-1682)
jesuita
Diario espiritual (Écrits spirituels, Christus n° 9, DDB, 1982), trad. sc©evangelizo.org
jesuita
Diario espiritual (Écrits spirituels, Christus n° 9, DDB, 1982), trad. sc©evangelizo.org
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