Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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ACI prensa

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

viernes, 31 de marzo de 2017

“El Señor busca mi pobre corazón”




¡Cuántos años comulgando a diario! —Otro sería santo –me has dicho–, y yo ¡siempre igual! Hijo –te he respondido–, sigue con la diaria Comunión, y piensa: ¿qué sería yo, si no hubiera comulgado? (Camino, 534)

Recordad ‑saboreando, en la intimidad del alma, la infinita bondad divina‑ que, por las palabras de la Consagración, Cristo se va a hacer realmente presente en la Hostia, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Adoradle con reverencia y con devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis; agradecedle esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad el deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este misterio de Amor; el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no abandonarme si yo no me aparto de El.
Reconfortados por la presencia de Cristo, alimentados de su Cuerpo, seremos fieles durante esta vida terrena, y luego, en el cielo, junto a Jesús y a su Madre, nos llamaremos vencedores. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? Demos gracias a Dios que nos ha traído la victoria, por la virtud de nuestro Señor Jesucristo. (Es Cristo que pasa, 161)

 SAN JOSEMARÍA

 

jueves, 30 de marzo de 2017

Dios es bueno y nos ama



 Perdón 

Si Dios Padre ha enviado a su Hijo Único a la cruz para perdonarnos y así salvarnos, no podemos ahora dudar de su amor y su perdón hacia nosotros, puesto que Dios es Dios y no cambia.

Dios, cuando más demuestra su divinidad, es justamente en el perdón de los pecados, pues sólo Él puede perdonarlos.

Entonces si cometemos un pecado, no estemos lamentándonos y entristeciéndonos, sino arrojemos todas nuestras miserias al horno ardiente de la Misericordia de Dios, para obtener el Perdón y vivir felices, sabiendo que Dios destruye el pecado cuando le pedimos perdón con arrepentimiento.

¡Qué bueno que es Dios! Pero el demonio, envidioso de nosotros y con odio a Dios, nos pone en la mente la idea de que Dios es malo y castigador, siendo que Dios sólo castiga cuando se ve obligado a ello, y que siempre sus castigos no son por maldad sino movidos por bondad y amor, y para el bien de la criatura, pues es mejor ser reprendidos en este mundo, que serlo para siempre en el Infierno.

Es lógico que cuando pecamos, enseguida venga el demonio y nos diga: “¡Mira lo que hiciste!”, “¡Siempre igual, no cambias nunca, eres un desagradecido!”, etc., todas ideas que tratarán de llevarnos al desaliento y a la desconfianza en el amor de Dios y en su perdón.

No le demos el gusto al diablo y en lugar de lamentarnos, arrojémonos a los brazos de Dios con un acto de sincero amor, como el niño que confía en que su padre es bueno y no lo castigará por sus travesuras que ha cometido y de las cuales está arrepentido sinceramente.

sábado, 25 de marzo de 2017

MARÍA, MADRE NUESTRA POR SU DOLOR AL PIE DE LA CRUZ




El segundo momento en que María nos engendró a la gracia fue cuando en el Calvario ofreció al eterno Padre, con tanto dolor la vida de su amado Hijo por nuestra salvación. 

Es entonces, asegura san Agustín, cuando habiendo cooperado con su amor para que los fieles nacieran a la vida de la gracia, se hizo igualmente con esto madre espiritual de todos nosotros, que somos miembros de nuestra cabeza, Jesús. 

Es lo mismo que significa lo que dice la Virgen de sí misma en el Cantar de los cantares: “Pusiéronme a guarda de viñas; y mi propia viña no guardé” (Ct 1, 5).
María, por salvar nuestras almas, consintió que se sacrificara la vida de su Hijo. ¿Y quién era el alma de María sino su Jesús, que era su vida y todo su amor? ,por esto le anunció el anciano Simeón que un día su bendita alma se vería traspasada de una espada muy dolorosa. “Y tu misma alma será traspasada por una espada de dolor” (Lc 2, 35). Esa espada fue la lanza que traspasó el costado de Cristo, que era el alma de María. En aquella ocasión, con sus dolores, nos dio a luz para la vida eterna, por lo que todos podemos llamarnos hijos de los dolores de María. 

Nuestra madre amorosísima estuvo siempre y del todo unida a la voluntad de Dios, por lo que –dice san Buenaventura- siendo ella el amor del eterno Padre hacia los hombres que aceptó la muerte de su Hijo por nuestra salvación, y el amor del Hijo al querer morir por nosotros para identificarse con este amor excesivo del Padre y del Hijo hacia los hombres, ella también, con todo su corazón, ofreció y consintió que su Hijo muriera para que todos nos salváramos.
 
(Las Glorias de María, san Alfonso María de Ligorio)

viernes, 24 de marzo de 2017

Un Dios a mi medida.



Debemos conocer a Dios, leer su Palabra y meditar en los Misterios de la Fe, porque muchas veces nos puede pasar que nos formamos una idea equivocada de Dios, lo pensamos a nuestra medida, y para seguir una vida cómoda nos escudamos en que Dios es bueno y misericordioso y no tendrá en cuenta ciertas fechorías que hemos hecho o que hacen los hombres.
Sin embargo éste es un engaño, porque Dios no cambia ni puede cambiar. Dios es el mismo siempre, y podemos conocer su forma de obrar si leemos las Sagradas Escrituras.
De modo que no hay que hacerse un Dios a medida, sino adaptar la propia vida a Dios, para que en el Juicio no estemos faltos de méritos y pasemos bien el “examen”.
Muchos dicen amar a Dios, amar a Jesús, pero sin embargo viven como se les da la gana, sin tener en cuenta los Mandamientos, sin cumplirlos ellos y sin enseñárselos a cumplir a los demás. Éstos tales no aman a Dios, aunque se llenen la boca diciendo que sí Lo aman, pues ya ha dicho el Señor en el Evangelio que el que verdaderamente Lo ama es aquél que cumple sus palabras, sus mandatos, es decir, los Diez Mandamientos.
Y son diez los mandamientos, no cinco, ni dos, sino diez. Y quien no cumple alguno de ellos ya no está en regla.
Por eso no hagamos un Dios a nuestra medida, sino adaptémonos y corrijamos lo que sea necesario para conformarnos a Dios, porque algunos incluso creen que en el Juicio Dios hará la “vista gorda” dejando pasar muchas cosas malas que se hicieron. Sin embargo el Señor ha dicho en su Evangelio que en el Juicio se pedirá cuenta hasta de la menor palabra ociosa.
Estamos engañados por el Maligno si creemos que Dios no nos juzgará hasta las últimas consecuencias, porque después de la muerte sólo queda el tiempo de la Justicia, y por ello debemos aprovechar el tiempo de misericordia que es mientras estamos vivos en este cuerpo mortal.
Aprovechemos ahora, que es el tiempo oportuno, para pedirle perdón al Señor, para hacer las cosas bien y, con una vida de penitencia y buenas obras, reparemos todo el mal que hemos hecho. No vayamos confiados y despreocupados al Juicio de Dios, porque quizás no nos alcanzará para evitar la condenación.

jueves, 23 de marzo de 2017

Dios me ha abandonado.

¡Cuántas veces hemos tenido que exclamar quizás: “¡Dios me ha abandonado!”, porque en el colmo del sufrimiento y la angustia, nos ha parecido que Dios nos dejó de su mano, que Él ya no se ocupaba de nosotros y de nuestras cosas!
Pero ya Jesús nos ha dicho en su Evangelio que ni siquiera un pajarito cae a tierra sin el consentimiento del Padre eterno, y que todos nuestros cabellos están contados por Dios. De esta manera el Señor nos quería indicar que Dios JAMÁS nos abandona, JAMÁS nos deja solos y a la deriva. Y si alguna vez nos sucede como le sucedió a Cristo en la Cruz, que llegó a exclamar: “Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?”, es porque en el extremo del dolor nos hemos sentido desamparados y solos, y nos parecía que Dios no estaba con nosotros.
Ya la Sagrada Escritura nos dice que una madre nunca se olvida de su criatura. Y que aunque una madre llegue a olvidarse de su criatura, el Señor no se olvidará más de sus hijos.
Lo que sucede es que a veces tenemos que pasar por esa oscuridad para experimentar lo que es el Infierno, la separación de Dios, ya que de ese modo nos hacemos solidarios con los pecadores, y expiamos por ellos, para que se conviertan y se salven. También llegamos a comprender lo que sienten nuestros hermanos desesperados, porque llegamos a saborear la desesperación en este mundo, y así entendemos a quienes están en ese estado.
Dios no nos abandona, aunque a veces pueda parecernos que sí lo hace. Él tiene en cuenta el menor suspiro que exhalamos, la más pequeña lágrima que derramamos, el mínimo dolor que padecemos y cómo lo padecemos y por quién sufrimos, para darnos el premio cuando suene la hora de Dios, la hora de nuestro triunfo junto al Señor.
Así que sabiendo de antemano estas cosas, hagamos el propósito, en adelante, de no dudar ya de que Dios vela por nosotros, vela por quienes amamos, y por todas sus criaturas.
Recordemos también que el dolor es redentor, y que quien no quiere sufrir, es como quien se niega a alimentarse y a crecer espiritualmente, pues las gracias se obtienen mediante el sufrimiento, el padecimiento, y si no queremos sufrir, entonces quedaremos raquíticos en la vida del alma, y no aprenderemos la ciencia de la vida, la sabiduría de la santidad. No otro camino eligieron Jesús, María y los Santos, sino el camino regio del sufrimiento. Así que si debemos pasar por algunas pruebas, incluso por grandes pruebas, no nos descorazonemos que Dios ve, nos ayuda para que las superemos con valentía, y el premio que nos espera es de tal envergadura que no podremos creerlo cuando nos lo otorgue Dios, una parte en este mundo, y el resto en el Cielo, donde gozaremos ya para siempre de la Felicidad con mayúscula prometida a quienes han pasado en la tierra por la gran tribulación de la vida.
¡Ánimo y adelante! que, como dice el Apóstol: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos”, y si Dios dejara de pensar en nosotros aunque sea un solo instante, volveríamos a la nada. De modo que si seguimos viviendo, continuamos existiendo, es porque Dios nos sostiene en la existencia por amor. Confiemos en Él entonces, y sin miedo, vayamos por la conquista del Premio.




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