El demonio, si no puede hacernos caer en pecado, al menos trata de
robarnos la paz: la paz del alma, la paz en la familia, en la sociedad, en el
mundo. No le demos el gusto al Maligno, sino cuidemos nuestra paz, la paz
interior y también la paz exterior, con nuestros prójimos.
Pero también es cierto que no podremos tener verdadera paz del alma si no estamos reconciliados con Dios, pues la paz con nosotros mismos brota de un corazón y un alma que están en gracia de Dios en amistad y en paz con el Señor.
Cuidemos nuestra paz porque es un don de Dios que necesitamos para
vivir tranquilos y felices, y que el mundo de hoy busca destruir. Así con los
hechos desastrosos que se suceden, las malas noticias, las catástrofes y
sufrimientos de todo tipo, que vemos en los noticieros o que nos toca vivirlos
y experimentarlos en carne propia, nos quieren quitar la paz, y muchas veces lo
logran.
Tenemos que aprender a conservar la paz aún en medio de las
adversidades, pues en definitiva sabemos que Dios existe y que gobierna todas
las cosas con su admirable providencia. De modo que si Él ha permitido algo,
por más doloroso y “malo” que fuera, es por sus sapientísimos fines que lo ha
permitido, y no lo hubiera permitido jamás si no supiera Él sacar bienes de
todos esos males.
De modo que si creemos en Dios, tenemos que poner en práctica
nuestra fe, porque muchas veces decimos creer en Dios pero no creemos que Él
gobierne absolutamente todas las cosas.
Conservemos la paz en nuestra alma y en nuestros pensamientos,
porque como dicen los sabios: “la imaginación es la loca de la casa”, y no es
de extrañar que divagando en pensamientos y elucubraciones, perdamos la quietud
del alma, la paz, la tranquilidad, haciéndonos así terreno propenso para las
tentaciones, para que el demonio actúe en nuestras vidas.
Busquemos la paz interior, también la paz exterior, porque Dios es
el Rey de la Paz y da su paz a sus hijos. Anhelemos esa paz sobrenatural, y
hagamos lo posible por conservar la paz del corazón no dejando volar la
imaginación, y no dudando de la providencia y bondad de Dios, que todo lo
gobierna para bien.
Como dice el dicho popular: “A río revuelto, ganancia de
pescadores”. Y efectivamente cuando el río de nuestra alma está revuelto,
inquieto, es el momento oportuno para la pesca del demonio, que echa sus redes
en nuestro interior, y no pocas veces nos engatusa y vence. No le demos el
gusto. Vivamos en paz, confiando en Dios, pues la confianza absoluta en Dios es
el gran secreto de la paz.
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