Lo importante en nuestra vida es que alcancemos la edad perfecta de
Jesucristo, es decir, que nos hagamos sabios, que nos hagamos santos.
La vida sobre la tierra debe servirnos para ello, y Dios nos da tiempo para que logremos esa adultez en la fe.
No importa cómo alcancemos esa edad, porque a veces llegaremos a ella por medio de sufrimientos y contrariedades, y otras almas pueden llegar por caminos más floridos y llenos de consuelos.
Otras personas, a pesar de que Dios les da tiempo de vida para que alcancen la sabiduría, la edad perfecta, nunca llegan a ella y quedan como párvulos en el conocimiento del bien y en el camino a la santidad.
Efectivamente hay muchos santos que murieron a temprana edad, pues ya habían alcanzado esa edad perfecta. En cambio muchas personas viven largo tiempo, y no porque tengan una misión que cumplir en el mundo y en la Iglesia, sino porque Dios tiene misericordia de sus almas que están en estado embrional y que, a pesar de todos los momentos que el Señor les concede para crecer en sabiduría y santidad, no avanzan.
Ojalá nosotros seamos conscientes de que lo importante es alcanzar la madurez del alma, la edad perfecta de Jesucristo, y aprendamos a dar gracias a Dios por el tiempo que nos concede para alcanzarla.
Hay niños y jóvenes que ya son adultos y sabios en el bien. En cambio hay adultos, quizás ancianos, que no han adelantado mucho en la sabiduría, en la santidad, y que están muy poco desarrollados en la edad perfecta.
Recordemos que Dios mide la edad de modo diverso a como la mide el mundo. No es por las apariencias exteriores y físicas, sino que Dios ve el corazón, ve el alma, y es allí donde debemos ser perfectos y bellos, adultos en la fe.
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