Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

martes, 29 de junio de 2010

Entrevista a San Pedro y San Pablo



Entrevista a San Pedro y San Pablo


¿Qué nos platicarían estos grandes apostoles? ¡Cuántas cosas nos enseñarían!Sus palabras son actuales, solo tenemos que leerlas en las Sagradas Escrituras.


Entrevista a San Pedro en el cielo


Vamos a hacer una entrevista a aquel pescador de Galilea llamado Simón Pedro:

Pregunta: ¿Qué sentiste al negar a Cristo?

Respuesta: Fue el día más triste de mi vida; no se lo deseo a nadie. Yo era muy duro para llorar, pero ese día lloré a mares; no lo suficiente, porque toda la vida lloré esa falta. Sin embargo, por haber negado al Señor un día, lo amé muchísimo más que si nunca lo hubiera hecho. Esas negaciones fueron un hierro candente que me traspasó el corazón.

Pregunta: ¿Prefieres el nombre de Pedro al de Simón?

Respuesta: Sí, porque el nombre de Simón me lo pusieron mis padres; el de Pedro, Cristo. Además, es un nombre que encierra un gran significado. Por un lado me hace feliz que Él me haya hecho piedra de su Iglesia; por otro lado, me produce gran confusión, porque yo no era roca, sino polvo vil. Cristo ya no me llama Simón, Él prefiere llamarme roca; y en el cielo todos me llaman Pedro.
Mi antiguo nombre ya se me olvidó. Cuando pienso en mi nuevo nombre, cuando me llaman Pedro, inmediatamente pienso en la Iglesia. Me llaman así con un sentido muy particular los demás vicarios de Cristo que me han seguido, y yo siento ganas de llamarles con el mismo nombre, porque todos somos piedra de la misma cantera, todos sostenemos a la Iglesia.

Pregunta: ¿Por qué dijiste al Señor aquellas palabras: «Señor, a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna»?

Respuesta: Me salieron del corazón. La situación era apurada, y había que hacer algo por el Maestro; veía a mis compañeros indecisos, y sentí la obligación de salvar la situación y confiar; por eso dije en plural: «¿A quien iremos Señor? Tú tienes palabras de vida eterna». Yo mismo no comprendía en ese tiempo muchas cosas del Maestro. Ni pienses que entendía la Eucaristía, pero dejé hablar al corazón, y el corazón me habló con la verdad.
Yo amaba apasionadamente al Maestro y aproveché aquel momento supremo para decir bien claro y bien fuerte: «Yo me quedo contigo». Y, de lo que entonces dije, nunca me arrepentí.


Pregunta: ¿Qué sentiste cuando Cristo Resucitado se te apareció?

Respuesta: Es difícil, muy difícil de expresar, pero lo intentaré. Por un segundo creí ver un fantasma, luego sentí tal alegría que quise abrazarlo con todas mis fuerzas. «¡Es Él!» pensé, pero luego sentí cómo se me helaba la sangre, y quedé petrificado sin atreverme a mover. Él fue quien me abrazó con tal ternura, con tal fuerza... Y oí muy claras sus palabras: «Para mí sigues siendo el mismo Pedro de siempre».

Pregunta
: ¿Qué consejo nos das a los que seguimos en este mundo?

Respuesta
: Puedo decirles que mi actual sucesor, Benedicto XVI, es de los mejores. Háganle caso y les irá mejor.

Pedro es el típico hombre, humilde de nacimiento, que se hizo grande al contacto con Cristo. El típico hombre, pecador como todos, pero que, arrepentido de su pecado, logró una santidad excelsa.



Entrevista en el cielo a San Pablo


Quisiéramos hoy hacerle algunas preguntas al fariseo Pablo de Tarso.

Pregunta: ¿Qué sentiste en el camino hacia Damasco, caído en el suelo, tirado en el polvo?

Respuesta: Yacía por tierra, convertido en polvo, todo mi pasado. Mis antiguas certezas, la intocable ley mosaica, mi alma de fariseo rabioso, toda mi vida anterior estaba enterrada en el polvo.

Fue cuestión de segundos. Del polvo emergía poco a poco un hombre nuevo. Los métodos fueron violentos, tajantes, «es duro dar coces contra el aguijón», pero sólo así podía aprender la dura lección.

En el camino hacia Damasco me encontré con el Maestro un día que nunca olvidaré.

Aquella voz y aquel Cristo de Damasco se me clavaron como espada en el corazón. Cristo entró a saco en mi castillo rompiendo puertas, ventanas; una experiencia terrible; pero considero aquel día como el más grande de mi vida.


Pregunta: ¿Sigues diciendo que todo lo que se sufre en este mundo es juego de niños, comparado con el cielo?

Respuesta
: Lo dije y lo digo. Durante mi vida terrena contemplé el cielo por un rato; ahora estaré en él eternamente. El precio que pagué fue muy pequeño. El cielo no tiene precio. ¡Qué pena da ver a tantos hombres y mujeres aferrados a las cosas de la tierra, olvidándose de la eternidad!

Vale la pena sufrir sin fin y sin pausa para conquistar el cielo. El Cristo de Damasco será mío para siempre; llegando aquí lo primero que le he dicho al Señor ha sido: «Gracias Señor, por tirarme del caballo»; pues Él me pidió disculpas por la manera demasiado fuerte de hacerlo.

Pregunta: ¿Qué querías decir con aquellas palabras: “¿Quién me arrancará del amor a Cristo?”

Respuesta: Lo que las palabras significan: que estaba seguro de que nada ni nadie jamás me separaría de Él, y así fue. Y, si en la tierra pude decir con certeza estas palabras, en el cielo las puedo decir con mayor certeza todavía.
El cielo consiste en: “Cristo es mío, yo soy de Cristo por toda la eternidad” ¿Sabes lo que se siente, cuando Él me dice: «Pablo, amigo mío?».


Pregunta
: Un día dijiste aquellas palabras: “Sé en quién he creído y estoy tranquilo”. Explícanos el sentido.

Respuesta: Cuando llegué a conocerlo, no pude menos de seguirlo, de quererlo, de pasarme a sus filas; porque nadie como Él de justo, de santo, de verdadero.
Supe desde el principio que no encontraría otro como Él, que nadie me amaría tanto como aquél que se entregó a la muerte y a la cruz por mí.


Pregunta
: ¿Un consejo desde el cielo para los de la tierra?

Respuesta: Uno sólo, y se los doy con toda la fuerza: “Déjense atrapar por el mismo Señor que a mi me derribó en Damasco”.

Si todos los enemigos del cristianismo fueran sinceros como Pablo de Tarso, un día u otro, la caída de un caballo, una experiencia fuerte o una caricia de Dios les haría exclamar como él: «Señor, ¿qué quieres que haga?».

Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

domingo, 27 de junio de 2010

Abiertos a las correcciones buenas




No es fácil esa apertura, sobre todo cuando creemos que los demás no tienen ni el “nivel” ni la experiencia para llegar a la suela de nuestros zapatos.


No es fácil vivir abiertos a las correcciones que nos llegan de familiares y de amigos, de conocidos y de personas que están lejos. Porque casi siempre la corrección duele, deja un mal sabor en el alma. Porque cuesta constatar que otros juzgan y dan consejos sobre la propia vida, sobre lo que decimos o hacemos.

Existe en el corazón humano un instinto profundo de autodefensa.
Muchas veces consideramos nuestras elecciones, nuestros gustos, nuestro estilo de vida, como bueno y conveniente. Por eso, la llegada de una voz o de una mirada que reprocha, que corrige, es recibida, en muchos casos, con actitudes negativas. Es entonces cuando nos “enrocamos”, nos cerramos a cualquier ayuda, pues no la vemos como ayuda, sino como interferencia, como algo hostil e invasivo.

Existen, es cierto, reproches agresivos que buscan hacer daño, que nacen a veces desde actitudes de venganza. Ante tales reproches, necesitamos defendernos, para que una palabra no nos hiera, no nos destruya internamente, no nos contagie de los sentimientos oscuros de quienes entran para invadir la propia vida.

Pero si descubrimos en tantas otras correcciones una actitud de afecto sincero, de interés por nuestras personas y nuestras acciones. Si reconocemos que el reproche sólo es ofrecido para nuestro bien. Si nos damos cuenta de que el consejo busca apartarnos del mal camino, ayudarnos a evitar peligros, orientarnos a horizontes buenos y sanos, entonces es posible superar actitudes de autodefensa malsana para abrirnos a consejos constructivos.


No es fácil esa apertura, sobre todo cuando los criterios personales se han endurecido, cuando hemos llegado a creer que los demás no tienen ni el “nivel” ni la experiencia suficientes para llegar a la suela de nuestros zapatos...

Pero si no tenemos actitudes altaneras, si no despreciamos ni al grande ni al pequeño, ni al rico ni al pobre, ni a quien tiene muchos títulos ni al que no tienen ninguno, entonces podremos abrir el alma a cualquier corrección valiosa que nos ofrezcan tantas personas buenas que buscan, simplemente, ayudarnos a orientar un poco mejor el camino de la propia vida.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

lunes, 21 de junio de 2010

A las puertas de tu cielo




Hoy estoy más cerca de las puertas de tu cielo. No sé cuándo llegará el momento del encuentro, pero si sé que tengo mucho fango unido a mi corazón.

Cada día estamos más cerca del mundo eterno.

La vida avanza, sin frenos, sin pausas, entre momentos de alegría y penas del alma.

Las clases que iniciamos hace unos meses terminan con la velocidad del tiempo de exámenes. El trabajo comenzado con tanto esfuerzo ya es un simple recuerdo del pasado. La marcha por una montaña, entre pinos y cipreses, queda plasmada en fotografías que no consiguen detener el paso del tiempo.

Cada uno recorre una parte de la historia humana, en una ciudad concreta, con esos apellidos que recuerdan a los padres, con algunos papeles y cartas que despiertan mil recuerdos. Cada uno avanza en un camino complejo, misterioso, personal, único.

Hay quien llega a la casa paterna más temprano. Dios le invita al mundo de lo eterno, al abrazo lleno de cariño, a la vida verdadera. Otros llegan más tarde, con más heridas, con más cansancios, con más derrotas, con más lágrimas.

Quien más tiempo tiene, pudo haber hecho más bien, pudo haber difundido esperanzas y alegrías entre quienes vivían a su lado. O pudo, como tristemente ocurre a muchos, haber caído, haber dañado, haber vendido la fama o la vida de un hermano por ese egoísmo miserable que a todos nos carcome y nos amenaza.

Dios, es cierto, perdona, levanta, espera, anima, acompaña. Pero mientras, con el pasar de los días, de los meses, de los años, el corazón puede dejarse vencer por el cansancio, puede rendirse ante el primer atisbo de amenazas, puede creer que es imposible el perdón para quien está sepultado entre sus faltas.

Hoy estoy más cerca de las puertas de tu cielo. No sé cuándo llegará el momento del encuentro. Sí sé que tengo mucho fango unido a mi corazón herido, y que necesito que limpies, que cures, que llenes de esperanza mi vida, al menos en este día, en estas horas, en este momento que tengo entre mis manos.

Quiero que me corrijas, que me orientes, que me guíes, que me perdones, que me salves. A mí y a mis hermanos. Quiero seguir el camino seguro, junto a Ti, para llegar, el día que Tú elijas, a las puertas de tu cielo, con mi poco amor y con tu infinita misericordia de Padre bueno.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

jueves, 17 de junio de 2010

Nos hace falta la virtud de la esperanza, Señor



La esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido.


Hoy es jueves, Señor, y vengo con el alma en sombras, sombras que se llegan a convertir en oscuridad si nos falta la virtud de la Esperanza....

Cuando eso sucede hay noches en las que parece que el tiempo se ha detenido y jamás veremos el amanecer... en ellas oímos el palpitar de nuestro corazón y cada latido nos duele.

Noches de negrura espiritual en las que todo parece agrandarse, nuestra pena, nuestra angustia y nuestro malestar.

Nos pesa la vida y en el silencio de esa noches nos parece que no hay pena como nuestra pena.

Pero...si hay un poco de esperanza en nuestro corazón, estamos salvados.

Sabemos de casos que esa gran "desesperanza" ha llegado a tal límite, a tal profundidad que no se ha encontrado otra solución que el buscar la "puerta falsa". Es el escape, el terminar con algo que pesa demasiado y el sentirse sumergido en las tinieblas de una noche "sin mañana"... sin esperanza. ¡Eso fue lo que les faltó a esas vidas, LA ESPERANZA.

La esperanza es un mañana mejor, la esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido.

Sin esperanza no se puede vivir.

Cuando hay Esperanza a pesar de la desilusión y del dolor, siempre habrá otro camino que no sea el de la desesperación y el total aniquilamiento del verdadero yo.

Es cierto que hay situaciones en la vida que son como la más oscura de las noches, noches en que las horas parecen no pasar...pero cuando hay fe, cuando sabemos que tenemos un Dios Padre que sabe de nuestro sufrimiento, cuando nos sabemos amados por El, a pesar de que nuestro sentimiento de soledad sea inmenso, si nos dejamos arropar y abandonar en sus brazos y en los de nuestra Madre María Santísima, la Esperanza, de saber que Dios nos ama, llegará con su luz que sabe consolar.

Quien se siente amado no puede caer en la desesperación y Dios nos ama.

La ESPERANZA, es una virtud que tenemos que cultivar como la flor más delicada y valiosa. Tres son las virtudes teologales : Fe, Esperanza y Caridad, cuyo objeto directo es Dios Sin ellas es muy difícil caminar por la vida y no podemos olvidar que la Esperanza siempre será la luz en nuestras noches cuando las penas y las dificultades las hagan muy oscuras.

Estos momentos ante Ti, Jesús, te pedimos que nos llenes de esperanza y que recordemos que el Papa Benedicto XVI ha dedicado una Carta encíclica «Spe salvi», para hablarnos de la esperanza: " (...) se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.

¡No dejemos de leerla y meditarla! «Spe salvi»


Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net

martes, 15 de junio de 2010

Un camino hacia la paz del alma




El corazón está inquieto. Falta paz, equilibrio, luz, faltan ilusiones. Necesito aprender a ser sencillo, mirar al cielo y descubrir a un Padre que me ama.

El corazón está inquieto. Falta paz, falta equilibrio, falta luz, faltan ilusiones.

Descubrimos que la inquietud nace desde el egoísmo despiadado. Si vivo siempre según mis gustos, si busco imponer mi opinión a los demás, si las contrariedades me llevan al hundimiento, significa que me falta apertura, sencillez, humildad, para salir de mí y para entrar en el horizonte del amor.

En cambio, si dejo de lado cualquier avaricia, cualquier envidia, cualquier soberbia, cualquier apego a los placeres egoístas, habré dado el paso necesario para entrar en el mundo de Dios, en el Reino de los cielos.

Necesito aprender a vivir como los niños (cf. Mt 18,1-4), ser sencillo, ser confiado, mirar al cielo y descubrir allí a un Padre que me mima, que me arropa, que me lava, que me salva.

Pero hay momentos en los que me parece difícil dejar de lado mis costumbres, mis proyectos. Es tan fuerte la pasión, está tan viva la herida del egoísmo y la soberbia, hay tantos apegos y tantos planes que me absorben...

Para Dios nada hay imposible. Zaqueo se dejó tocar por Cristo, y dejó su mundo de dineros muchas veces sucios (cf. Lc 19,1-10). La Samaritana aceptó el diálogo con quien poco a poco le llevó a un horizonte inmenso de esperanzas (cf. Jn 4,1-29). Bartimeo gritó con una fe granítica y arrancó de Cristo la gracia de ver, con el alma y con el cuerpo, horizontes nuevos (cf. Mc 10,46-52).

La mesa está servida. El banquete está dispuesto. Los invitados han sido llamados a las bodas (cf. Mt 22,8-14). Puedo dejar el reino de las tinieblas exteriores y romper con el pequeño mundo que me agobia. Puedo descubrir esa paz, don del Espíritu, que viene de los labios de quien, tras pasar por la prueba del Calvario, salió del sepulcro y es ahora el Señor de la vida y el Salvador que tanto anhela mi alma inquieta.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

domingo, 13 de junio de 2010

Ama y haz lo que quieras




No seas prisionero de la rutina o del cansancio: algo nuevo, vivo, fresco debes encontrar cada día, que transforme esa jornada en una aventura.

“Ama y haz lo que quieras”.

Mientras ames a Cristo y por Cristo a los hombres y por Cristo a la vocación de cristiano o de consagrado, puedes hacer lo que quieras; el amor te mantendrá en el justo orden.

Si se dice a la inversa: “Haz lo que quieras y no ames”, estarás perdido; perdido estuviste tantas veces por querer hacer tu vida sin amor, perdido estás ahora por querer hacer y hacer, y no darte tiempo para amar.

Amar a Cristo es tarea sencilla. Se logra con los detalles de cada día. Sumados todos los pequeños sacrificios de una jornada, forman una gran cosecha. A veces hace uno las cosas, las tiene que hacer, pero el amor brilla por su ausencia; tantas otras el amor se supone, pero no existe, y las más, existe moribundo, enclenque, enflaquecido, que da pena.
Eres lo que amas, vives o mueres del corazón.

“Ama y haz lo que quieras”: entonces, ama y despreocúpate de todo. Cada día es una oportunidad de amar, cada día debes verlo con la ambición, con la ilusión del enamorado, que no se conforma con un amorcillo cualquiera, sino que sólo descansa en el amor eterno y en el amor total.

El amor es la respuesta, amor apasionado, amor gigante al Gigante del amor. Si dejas de amar, nadie te salva, pero, si el amor vigila, no hay porqué temer.

Tienes un peligro ante la vista, el tomar los propósitos con estilo militar, el olvidarte del amor por anclarte en el hacer. Por amor te levantas y por amor te acuestas, por amor luchas y trabajas y por amor, descansas. La oración te lanza al amor y el apostolado lo haces por amor. Si el amor en ti es más fuerte que la muerte, también tú podrás gritar: “¿Quién me arrancará del amor a Cristo?”

“Ama y haz lo que quieras”. No quieras complicar tu trabajo por las almas ni la vida misma, debes concentrarte en este sólo amar con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Pregúntate al despertar cada mañana: ¿De qué nueva forma voy a amar a Cristo?
No seas prisionero de la rutina o del cansancio: algo nuevo, vivo, fresco debes encontrar cada día, que transforme esa jornada en una aventura.

“Ama y haz lo que quieras”: Ama cuando rezas, cuando trabajas en el colegio o en la oficina, cuando te encierras en tu cuarto, cuando conduces el coche o caminas por los campos.

¡Ama! Ama todo lo que puedas, pon tu corazón a mil revoluciones; el amor, verás, terminará con todas tus cadenas, las cadenas antiguas que te hicieron agonizar en la mazmorra. El amor te llevará a la cumbre de la santidad, el amor te volverá intrépido en la batalla del Reino; ama y despreocúpate; pero, cuidado con los enemigos del amor. Si tu amor muere, habrás muerto tú, y asistirán a tu sepultura, la sepultura de tus grandes ideales, las pasiones guiadas por el Padre de la mentira.



Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

jueves, 10 de junio de 2010

La autocensura católica



Anunciar a Cristo es uno de los compromisos más urgentes que tenemos como bautizados

Que los enemigos de la religión católica obstaculicen, marginen o censuren artículos o programas católicos resulta comprensible aunque injusto. En ocasiones el odio a la Iglesia llega a extremos de intolerancia que ni siquiera Voltaire aceptaría.

Pero que haya entre los mismos católicos quienes, por una mal entendida prudencia, tengan miedo de enseñar su fe, e impidan a sus mismos hermanos en la fe la publicación o difusión de la doctrina católica, es algo que causa pena y confusión.

Es cierto que hay que ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas (cf. Mt 10,16). Es cierto también que escribir un artículo “muy católico” puede asustar a algunos lectores, provocar reacciones de rechazo, incluso cerrar puertas de comunicación que hasta ahora permanecían abiertas. Es cierto que hay que ir poco a poco, pues presentar la propia fe de modo inadecuado provoca en algunos actitudes de rechazo en vez de ayudar a las personas a un sereno encuentro con Cristo.

Si lo anterior es verdad, también lo es que hay que subir a las terrazas y predicar las enseñanzas de Cristo con valor y confianza, pues no se enciende la luz para esconderla, sino para que brille e ilumine (cf. Mt 5,14-16).

El Maestro pidió a sus discípulos (también a nosotros) que anunciásemos la Buena Noticia, el Evangelio, a todo el mundo (cf. Mc 16,15). No podemos guardarlo escondido por miedo a quienes hostigan sin cesar el gran don de la salvación.

Es Cristo mismo el que nos invita, nos lanza, nos acompaña. Es Cristo el que desea reunir a todos los hombres para que haya un solo rebaño y un solo pastor (cf. Jn 10,14-16). Es Cristo el que desea que nadie se pierda, que todos puedan llegar a la gran fiesta de los cielos (cf. Mt 18,14).

Por eso anunciar a Cristo, en todos los areópagos, en la prensa o en internet, en la televisión o en la radio, en las conversaciones de cada día o en el trabajo, es uno de los compromisos más urgentes que tenemos como bautizados.

Cada católico puede apropiarse, en la medida de sus posibilidades, las palabras que el Papa Pablo VI dijo en Manila el 29 de noviembre de 1970:

“Yo soy Apóstol y Testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo; Él es quien nos ha revelado al Dios Invisible, Él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en Él. Él es también el Maestro y Redentor de los hombres; Él nació, murió y resucitó por nosotros”.

¿Por qué esa urgencia de predicar a Cristo? Benedicto XVI quiso dar una respuesta en su viaje a Fátima, Portugal (13 de mayo de 2010):

“Verdaderamente, los tiempos en que vivimos exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta monocultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo, que levanta barreras a la inspiración cristiana”.

Más allá de cualquier censura, venga de los enemigos de Dios o de los mismos creyentes que tienen miedo a las críticas del mundo, podemos hacer nuestro el empuje misionero de san Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Co 9,16-17).

Sí: tenemos que predicar el Evangelio con urgencia, por amor a Cristo y por amor a tantos hombres que lo necesitan y lo esperan en un mundo cada día más hambriento de esperanza y de misericordia.

Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net

lunes, 7 de junio de 2010

¿Para qué vivo?






Hay preguntas que de pronto aparecen, o que cobran más consciencia. Preguntas cruciales, en torno al existir, a nuestra vida. Preguntas que no hay manera de soslayar, que nos obligan a pensar en lo que hacemos y somos. Estás tan tranquilo, con un refresco en la mano, o hablando con un amigo de la subida de impuestos, o respirando el perfume de los tilos. Estás así, como si nada, en un día que parece no tener más importancia, cuando de pronto ocurre.
¿Para qué vivo? ¿Qué objetivo tiene mi vida? ¿Leer, pasarlo todo lo bien que pueda, intentar ser feliz con lo que tengo? No, no es sólo eso.
¿Para qué vivo? ¿O será para quién? ¿Vivo para mí o para los demás? ¿O me conformo con lo que hay, con lo que llega? ¿Me dejo llevar por el tiempo o sueño con algo más? La vida es un don demasiado grande como para quedarme quieto o darlo todo por hecho o permanecer en la orilla. La vida hay que pensarla para vivirla en toda su plenitud. Pensarla y pensarse. Intentarla, darse.
¿Para qué vivo? No puede ser que todo se reduzca a dolor o a una extraña melancolía, o sea el lenguaje de una soberbia sombría o demasiado exquisita. Vivir es una gracia y una pasión. Vale, de acuerdo. Aunque hay quien opina que es una desgracia.
¿Para qué vivo? Piensa, piensa. Debes saberlo, luchar, vencer la cobardía, el miedo. Vivo para… ¿Para? Igual descubres que vives de cualquier manera, mortecino y sentimental, o díscolo o desigual o afligido entre libros, o entre todos esos escombros que dejan en el alma los sentidos o la pereza.
¿Para qué vivo? Igual te crees que sólo con palabras solventarás la vida: tu vida. Cuando, como mucho, esas palabras son brillos o imágenes imprecisas. ¿Para qué, para qué, para qué? ¿Para qué vivo? ¿O es para Quién? La vida es una efusión de trascendencia. ¿Vivo para Dios? Sé que Dios vive para mí, eso es seguro. Me da Su Vida. Pero yo soy apenas un intervalo y un claroscuro. ¿Para qué vivo? Puede que para enamorarme y ser fiel al Amor. Con sencillez, sin espasmos. Soy vástago de Dios. Vivo para amarle. Intento amarle para vivir, para descubrir en mí Su bienaventuranza. La vida debería ser un acto de humildad, el cotidiano afán de un cántico desde donde mana el alma tal cual es: amante.

http://www.guillermourbizu.com/2010/06/para-que-vivo.html

viernes, 4 de junio de 2010

Dios no deja de hablar al alma




Buenos días Jesús mío. ¿Qué quieres que te diga? “Dímelo”. Es que igual te ríes dadas las circunstancias de mi alma. “No te avergüences ante Mí”. Jesús, es que te lo he dicho tantas veces y en tantas ocasiones te he fallado que… “Confía”. Bueno, pues te digo que quiero ser santo. Señor, ¿crees que puedo llegar a serlo de verdad? “Guillermo, Soy Yo el que te hago santo, no hay nada que más desee que compartir Mi Santidad con mis hijos, pero sólo encuentro obstáculos”.

Ya lo sé. En lo que a mí se refiere por una parte te pido ser santo y por otra parece que procuro todo lo contario. ¿Qué puedo hacer Jesús mío? “No dejar de creer en Mí, contarme tus problemas y dificultades, confiarme tu vida entera, pedir perdón y proseguir el camino Conmigo”. No me dejes. “No te dejo”. Nunca. “Nunca hijo mío, nunca”.

Estaba pensando en una señora que me encontré en una tienda, aquella buena mujer, ¿recuerdas? “Son muchas las gracias que te doy, pero la mayoría no sabes verlas”. Cuando le di las gracias, por dejarme pasar, nunca pensé… “Dar las gracias a una persona puede significar mucho para ella y a Mí me dejas entrar en su alma”. ¿De verdad? “Una sola palabra puede ser un acto de caridad de gran eficacia”. Todavía me emociono cuando recuerdo lo que me contestó la buena mujer: ‘Las gracias siempre a Dios’, dijo. ¿Fuiste Tú? “Si tu alma está atenta al Espíritu te darás cuenta de muchos de estos dones”.

¿Ves?, ahora ya no sé qué contarte. “Me interesa todo de ti, ¿no te das cuenta?”. Estaba mirando el cielo con sus nubes, los edificios cercanos, las personas que viven en ellos… “Piensa siempre en almas y pídeme por ellas”. Te lo prometo. “¿Qué más ves?”. La luz en las fachadas. “Esa luz es obra mía”. Pues es maravillosa Jesús mío. Es de lo más bello, pues alumbra todo lo demás. “En ella también puedes verme a Mí, porque Yo Soy la Luz, la fuente de toda luz, y quiero llenar de esa luz a todos los hombres”.

Señor, igual es una bobada, pero ya sabes lo que me gusta asomarme a las ventanas. “Las almas en gracia son mis ventanas al mundo y desde ellas bendigo y tengo misericordia”. Quiero ser una de esas ventanas. “Pero tienes que abrirla más a Mi Voluntad, no a tu comodidad”. Me despisto mucho Jesús mío, se me van las horas sin pensar en Ti apenas. “¿Imaginas que Yo dejará de pensar en ti? Durante esas horas de las que hablas Te estoy esperando”. ‘Señor, ten piedad y misericordia de mí’. “Me gustó cuando viniste ayer a verme. Te estaba llamando y me oíste”. Estaba cansado. “¿Qué descanso mejor que estar con tu Dios?”.

Jesús mío… “Sé lo que te preocupa, no olvides que Soy tu Padre”. Pero… “Soy tu Padre siempre. ¿Cuándo he dejado de perdonarte, cuándo he dejado de ayudarte”. Perdona Señor mis dudas y mis pecados, mis desánimos y egoísmos. Toma mi corazón. “Toma tú el Mío”.

http://www.guillermourbizu.com/2010/06/dios-no-deja-de-hablar-al-alma.html

Tras mis huellas



Dios sigue aquí, tras mis huellas. El misterio de mi vida no se puede explicar sin Él. A veces parece que todo ocurre como si no existiese.

Es respetuoso. No grita, no incomoda, no obstaculiza mis opciones. A veces espera, a un lado, silencioso ante mi indiferencia, mis traiciones, mi egoísmo. Otras veces se adelanta, me manda un mensaje que no leo, que no observo, que no entiendo.

Aquí sigue, sin cansarse. Sabe que lo necesito, sabe que no puedo vivir sin él, aunque muchas veces actúe como si todo dependiese de mí, como si mi pequeñez y mi barro fuese grandeza de poder y de aplausos vanos.

Nos sorprende ese Dios respetuoso del hombre y de su historia. El Dios que parece callar ante un campo de concentración, ante un hospital donde médicos abortan, ante un pueblo que ve morir a sus niños y sus viejos por falta de comida, agua potable y medicinas. El Dios que parece cerrar los ojos cuando los poderosos deciden suscitar nuevas guerras, vender armas, cerrar iglesias y calumniar a los enemigos para conquistar el poder, para ganar más y más dinero. El Dios que parece descansar cuando una lluvia torrencial destruye casas, cosechas y esos pocos bienes que tenían familias pobres de unas chabolas en la colina, o cuando la sequía deja esqueléticos, moribundos, a madres e hijos en un valle que muere de tristeza.

Dios sigue aquí, tras mis huellas. El misterio de mi vida no se puede explicar sin Él. A veces parece que todo ocurre como si no existiese.

La verdad es que sin su amor mi aliento sería frío, seco, hueco. Sin su compañía el cielo lloraría de tristeza, el agua sería amarga, el pan podrido, la luz oscura. Sin su mirada no habría esperanza ni consuelo en los momentos de dolor, de enfermedad, de fracaso.

En el camino, en las opciones de la vida, ¿por qué no grita, por qué no conquista mi libertad y la une a la suya, siempre mejor y más segura?

El cielo se viste de estrellas, la luna crece y decrece con ritmos precisos, el mar mece sus inquietas aguas y las hormigas buscan, también hoy, un poco de comida entre los cubos de basura.

Algún alma dejará su cuerpo, esta noche, y verá de frente, cara a cara, a ese Dios que lo esperaba, que lo amaba con locura. Otros muchos seguirán su camino, triste o alegre, amargo o lleno de esperanza, creyendo avanzar solos, creyendo que Dios no está a su lado.

Tras nuestras huellas, en silencio, como un padre abandonado y deseoso de cariño, caminará ese Dios que nos tiende la mano, que suplica un gesto de clemencia, que puede perdonarnos y dar sentido a nuestros días y noches, nuestro trabajo y descanso.

Es el mismo Dios que dijo, en una tarde de Calvario, que tenía sed, que suplicó clemencia y perdón para los hombres de aquí abajo. Que abrió su corazón para que viésemos lo mucho que nos quiere, lo que valemos a sus ojos.

Dios sigue aquí, a mi lado, mientras medito un gesto de venganza o un pecado solitario. O mientras decido, entre lágrimas, dejarle entrar en casa, para que limpie mis heridas y me abrace, como a un hijo pródigo. Para que me coja de la mano y pueda llevarme un día, para siempre, al gran banquete de los cielos...



Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Imagen: http://lasoledaddeunnumeroprimo.files.wordpress.com/2009/10/huellasenlaorilla1.jpg
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