Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 15 de junio de 2010

Un camino hacia la paz del alma




El corazón está inquieto. Falta paz, equilibrio, luz, faltan ilusiones. Necesito aprender a ser sencillo, mirar al cielo y descubrir a un Padre que me ama.

El corazón está inquieto. Falta paz, falta equilibrio, falta luz, faltan ilusiones.

Descubrimos que la inquietud nace desde el egoísmo despiadado. Si vivo siempre según mis gustos, si busco imponer mi opinión a los demás, si las contrariedades me llevan al hundimiento, significa que me falta apertura, sencillez, humildad, para salir de mí y para entrar en el horizonte del amor.

En cambio, si dejo de lado cualquier avaricia, cualquier envidia, cualquier soberbia, cualquier apego a los placeres egoístas, habré dado el paso necesario para entrar en el mundo de Dios, en el Reino de los cielos.

Necesito aprender a vivir como los niños (cf. Mt 18,1-4), ser sencillo, ser confiado, mirar al cielo y descubrir allí a un Padre que me mima, que me arropa, que me lava, que me salva.

Pero hay momentos en los que me parece difícil dejar de lado mis costumbres, mis proyectos. Es tan fuerte la pasión, está tan viva la herida del egoísmo y la soberbia, hay tantos apegos y tantos planes que me absorben...

Para Dios nada hay imposible. Zaqueo se dejó tocar por Cristo, y dejó su mundo de dineros muchas veces sucios (cf. Lc 19,1-10). La Samaritana aceptó el diálogo con quien poco a poco le llevó a un horizonte inmenso de esperanzas (cf. Jn 4,1-29). Bartimeo gritó con una fe granítica y arrancó de Cristo la gracia de ver, con el alma y con el cuerpo, horizontes nuevos (cf. Mc 10,46-52).

La mesa está servida. El banquete está dispuesto. Los invitados han sido llamados a las bodas (cf. Mt 22,8-14). Puedo dejar el reino de las tinieblas exteriores y romper con el pequeño mundo que me agobia. Puedo descubrir esa paz, don del Espíritu, que viene de los labios de quien, tras pasar por la prueba del Calvario, salió del sepulcro y es ahora el Señor de la vida y el Salvador que tanto anhela mi alma inquieta.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

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