Admira la bondad de nuestro Padre Dios: ¿no te llena de gozo la
certeza de que tu hogar, tu familia, tu país, que amas con locura, son materia
de santidad? (Forja, 689)
Y ahora, hijos e hijas, dejadme que me detenga en otro aspecto
–particularmente entrañable– de la vida ordinaria. Me refiero al amor humano,
al amor limpio entre un hombre y una mujer, al noviazgo, al matrimonio. He de
decir una vez más que ese santo amor humano no es algo permitido, tolerado,
junto a las verdaderas actividades del espíritu, como podría insinuarse en los
falsos espiritualismos a que antes aludía. Llevo predicando de palabra y por
escrito todo lo contrario desde hace cuarenta años, y ya lo van entendiendo los
que no lo comprendían.
El amor, que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser
también un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una completa
dedicación a nuestro Dios. Realizad las cosas con perfección, os he recordado,
poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid –insisto– ese
algo divino que en los detalles se encierra: toda esta doctrina encuentra
especial lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano.
(Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 121)
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