Cristo, que durante su vida hizo siempre lo que enseñaba, pasó cuarenta
días y cuarenta noches en ayuno y oración antes de comenzar su ministerio.
Inauguró su misión pública con este gozoso mensaje: «El Reino de Dios está
cerca» y añadiendo seguidamente este mandamiento: «Convertíos y creed la Buena
Noticia» (Mc 1,15). Es toda la vida cristina que se encuentra, en cierta
manera, resumida en estas palabras. No se puede llegar al Reino anunciado por
Cristo más que a través de la « metanoia », es decir, por el cambio y
renovación íntima y total del hombre entero... La invitación que nos hace el
Hijo de Dios de la metanoia nos obliga tanto más porque él no sólo la predicó,
sino que él mismo se ofreció como ejemplo. En efecto, Cristo es el modelo
supremo de los penitentes. Él quiso sufrir no por sus pecados sino por los de
los demás.
Cuando un hombre se pone delante de Cristo queda iluminado con una luz
nueva: reconoce la santidad de Dios y la gravedad de su pecado. Por la palabra
de Cristo se le transmite el mensaje que le invita a la conversión y le concede
el perdón de los pecados. Estos dones los recibe en plenitud en el bautismo, el
cual le configura con la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. A
partir del bautismo, toda la vida del bautizado está situada bajo el signo de
este misterio. Todo cristiano debe pues, seguir al Maestro renunciando a sí
mismo, llevando su cruz y participando en los sufrimientos de Cristo. Así,
transfigurado a imagen de su muerte, se hace capaz de meditar la gloria de la
Resurrección. Seguirá al Maestro viviendo ya no para él, sino para Aquel que le
ha amado y se ha entregado por él (Ga 2,20), y viviendo también para sus
hermanos, completando «en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo
sufriendo por su Cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24
San Pablo VI
papa 1963-1978
Constitución apostólica « Paenitemini » del 18/02/1966
papa 1963-1978
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