Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 14 de julio de 2020

Cristo nos llama a todos a la conversión


Cristo, que durante su vida hizo siempre lo que enseñaba, pasó cuarenta días y cuarenta noches en ayuno y oración antes de comenzar su ministerio. Inauguró su misión pública con este gozoso mensaje: «El Reino de Dios está cerca» y añadiendo seguidamente este mandamiento: «Convertíos y creed la Buena Noticia» (Mc 1,15). Es toda la vida cristina que se encuentra, en cierta manera, resumida en estas palabras. No se puede llegar al Reino anunciado por Cristo más que a través de la « metanoia », es decir, por el cambio y renovación íntima y total del hombre entero... La invitación que nos hace el Hijo de Dios de la metanoia nos obliga tanto más porque él no sólo la predicó, sino que él mismo se ofreció como ejemplo. En efecto, Cristo es el modelo supremo de los penitentes. Él quiso sufrir no por sus pecados sino por los de los demás.

Cuando un hombre se pone delante de Cristo queda iluminado con una luz nueva: reconoce la santidad de Dios y la gravedad de su pecado. Por la palabra de Cristo se le transmite el mensaje que le invita a la conversión y le concede el perdón de los pecados. Estos dones los recibe en plenitud en el bautismo, el cual le configura con la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. A partir del bautismo, toda la vida del bautizado está situada bajo el signo de este misterio. Todo cristiano debe pues, seguir al Maestro renunciando a sí mismo, llevando su cruz y participando en los sufrimientos de Cristo. Así, transfigurado a imagen de su muerte, se hace capaz de meditar la gloria de la Resurrección. Seguirá al Maestro viviendo ya no para él, sino para Aquel que le ha amado y se ha entregado por él (Ga 2,20), y viviendo también para sus hermanos, completando «en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo sufriendo por su Cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24


San Pablo VI
papa 1963-1978
Constitución apostólica « Paenitemini » del 18/02/1966

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