Cuál es el ser humano que podría conocer todos los tesoros de sabiduría
y de ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Porque
siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Pues
cuando asumió la condición mortal y experimentó la muerte, se mostró pobre:
pero prometió riquezas para más adelante, y no perdió las que le habían
quitado. «¡Qué inmensidad la de su dulzura, que escondió para los que lo temen,
y llevó a cabo para los que esperan en él!» (Sl 30,20)...
Y para que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre
en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo, para
reformarnos a semejanza de Dios: y convertido en hijo del hombre –él que era
único Hijo de Dios- convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios;
y, habiendo alimentado a aquellos siervos con su forma visible de siervo, los
hizo libres para que contemplasen la forma de Dios. Pues «ahora somos hijos de
Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal cual es» (1Jn 3,2).
Pues ¿para qué son aquellos tesoros de sabiduría y de ciencia, para qué sirven
aquellas riquezas divinas sino para colmarnos?
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 94; PL 38, 1016
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 94; PL 38, 1016
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