¡Madre mía querida y muy querida!
Ahora que ves en tus brazos a ese bello Niño
no te olvides de este siervo tuyo;
aunque sea por compasión, mírame.
Ya sé que te cuesta apartar los ojos de Jesús
para ponerlos en mis miserias,
pero, Madre, si tú no me miras,
¿cómo se disiparán mis penas?
Si tú no te vuelves hacia mi rincón,
¿quién se acordará de mí?
Si tú no me miras,
Jesús que tiene sus ojitos clavados en los tuyos,
no me mirará.
Si tú me miras, él seguirá tu mirada y me verá
y entonces con que le digas:
"¡Pobrecito! Necesita nuestra ayuda";
Jesús me atraerá a sí y me bendecirá
y lo amaré y me dará fuerza y alegría,
confianza y desprendimiento.
Me llenará de su amor y de tu amor
y trabajaré mucho por él y por ti.
Haré que todos te amen
y amándote se salvarán.
¡Madre! ¡Y sólo con que me mires!
Amén.
𝗦𝗮𝗻 𝗔𝗹𝗯𝗲𝗿𝘁𝗼 𝗛𝘂𝗿𝘁𝗮𝗱𝗼, 𝗦.𝗝.
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