Jesús mío, agradeciéndote por tantas gracias, te ofrezco mi alma y mi cuerpo, mi razón y mi voluntad y todos los sentimientos de mi corazón. Con mis votos, me di enteramente a Ti, no hay nada más que pueda ofrecerte.
Jesús me dijo: “Hija mía, no me diste lo que es esencialmente tuyo”. Entrando en mi mismo reconocí que amaba a Dios con todas las fuerzas de mi alma. No podía descubrir lo que no había librado a Dios y le pregunté: “Jesús, dímelo y Te lo libraré de inmediato, de todo corazón”. Jesús me dice con bondad: “Hija mía, líbrame tu miseria, ella es tu propiedad exclusiva”.
En ese momento un rayo de luz iluminó mi alma y conocí todo el abismo de mi miseria. En ese instante, me acurruqué en el Santísimo Corazón de Jesús, con una confianza inmensa. Aunque hubiera tenido sobre la conciencia todos los pecados de los damnificados, no habría dudado de la misericordia de Dios y con el corazón arrepentido me habría tirado en el abismo de Tu misericordia. Creo Jesús, que no me habrías rechazado lejos de ti, me habrías absuelto por la mano del que tiene Tu lugar.
Entregaste el Espíritu, Jesús. La fuente de vida ha brotado por las almas y un océano de misericordia se ha abierto para el mundo entero. Fuente de vida, insondable misericordia divina, abraza el mundo entero y sumérgenos.
Santa Faustina Kowalska (1905-1938)
religiosa
Pequeño diario (Petit journal, la Miséricorde divine dans mon âme, Parole et Dialogue, 2002), trad. sc©evangelizo.org
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