"Santa María…, el anciano Simeón te habló de la espada que
traspasaría tu corazón (cf. Lc 2,35), del signo de contradicción que tu Hijo
sería en este mundo. Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús,
debiste quedarte a un lado para que pudiera crecer la nueva familia… de los que
hubieran escuchado y cumplido su palabra (Lc 11,27s).
No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos de la
actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentaste la verdad de
aquella palabra sobre el “signo de contradicción” (cf. Lc 4,28ss). Así has
visto el poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue creándose
en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un
fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes…
Recibiste entonces la palabra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn
19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te
convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer
en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor traspasó tu corazón. ¿Había
muerto la esperanza? ¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida
sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella
hora la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el momento de la
anunciación: “No temas, María” (Lc 1,30). ¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo,
dijo lo mismo a sus discípulos: no temáis!…
En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: “Su reino no tendrá
fin” (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? No, junto a la cruz…
te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe… te has ido a encontrar
con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón
y te ha unido de modo nuevo a los discípulos…El “reino” de Jesús era distinto
de como lo habían podido imaginar los hombres. Este “reino” comenzó en aquella
hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos (cf Ac
1,14)como madre suya, como Madre de la esperanza"
Benedicto XVI
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