Tanto amó Dios al
mundo que envió a su Hijo unigénito para que todo el que cree en Él no perezca,
sino que tenga la vida eterna (Jn 3,16). Y el Hijo de Dios nos amó tanto que quiso
hacerse uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley (Gal 4, 4-5). Y
el Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
Y quiso sufrir como el que más; hasta morir para demostrarnos su amor. Basta recorrer los Evangelios para darnos cuenta de cuánto amor y cuánta paciencia tenía Jesús con todos los que le rodeaban, empezando por los apóstoles, que no lo entendían. ¡Cómo quería a los niños! Los abrazaba y los bendecía, imponiéndoles las manos (Mc 10,16). Tenía compasión con los pecadores y los perdonaba como a Zaqueo, a Mateo, a María Magdalena, a la mujer adultera, a Pedro o al buen ladrón. Y lo mismo podemos decir con los enfermos, a quienes curaba para darles la alegría de hacerles sentir su amor. A los hambrientos les daba de comer como en el caso de la multiplicación de los panes. Y a todos les daba esperanza, alegría y paz, pues toda su vida fue una entrega total al servicio de los demás, dándonos incluso ejemplo de servicio, lavando los pies a sus apóstoles, algo que sólo hacían los siervos o los esclavos.
Cristo Jesús, siendo de condición divina, se despojó de su rango, tomando la condición de siervo, haciéndose en todo semejante a los hombres; y en su condición de hombre se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Fil 2,58).
Y resucitando nos abrió el camino a la esperanza. No todo termina con la muerte, sino que Él nos espera para hacernos eternamente felices en el cielo.
Y quiso sufrir como el que más; hasta morir para demostrarnos su amor. Basta recorrer los Evangelios para darnos cuenta de cuánto amor y cuánta paciencia tenía Jesús con todos los que le rodeaban, empezando por los apóstoles, que no lo entendían. ¡Cómo quería a los niños! Los abrazaba y los bendecía, imponiéndoles las manos (Mc 10,16). Tenía compasión con los pecadores y los perdonaba como a Zaqueo, a Mateo, a María Magdalena, a la mujer adultera, a Pedro o al buen ladrón. Y lo mismo podemos decir con los enfermos, a quienes curaba para darles la alegría de hacerles sentir su amor. A los hambrientos les daba de comer como en el caso de la multiplicación de los panes. Y a todos les daba esperanza, alegría y paz, pues toda su vida fue una entrega total al servicio de los demás, dándonos incluso ejemplo de servicio, lavando los pies a sus apóstoles, algo que sólo hacían los siervos o los esclavos.
Cristo Jesús, siendo de condición divina, se despojó de su rango, tomando la condición de siervo, haciéndose en todo semejante a los hombres; y en su condición de hombre se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Fil 2,58).
Y resucitando nos abrió el camino a la esperanza. No todo termina con la muerte, sino que Él nos espera para hacernos eternamente felices en el cielo.
(Experiencias
de Dios, P. ÁNGEL PEÑA BENITO O.A.R)
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