Lo que he enseñado siempre –desde hace cuarenta años– es que todo
trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el
cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia
profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en
servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e
insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las
realidades temporales –a manifestar su dimensión divina– y es asumido e
integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se
eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra
de Dios, operatio Dei, opus Dei.
Al recordar a los cristianos las
palabras maravillosas del Génesis –que Dios creó al hombre para que trabajara–,
nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que pasó la casi totalidad de su vida
terrena trabajando como un artesano en una aldea. Amamos ese trabajo humano que
El abrazó como condición de vida, cultivó y santificó. Vemos en el trabajo –en
la noble fatiga creadora de los hombres– no sólo uno de los más altos valores
humanos, medio imprescindible para el progreso de la sociedad y el ordenamiento
cada vez más justo de las relaciones entre los hombres, sino también un signo
del amor de Dios a sus criaturas y del amor de los hombres entre sí y a Dios:
un medio de perfección, un camino de santidad (Conversaciones con Mons.
Escrivá de Balaguer, 10).
www.opusdei.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma