¡Oh, cuánto se complace Jesucristo en estar unido con nuestra alma! Él
mismo lo dijo cierto día, después de la sagrada comunión, a su querida sierva
Margarita de Iprés: «Mira, hija mía, la hermosa unión que entre nosotros
existe; ámame, en adelante permanezcamos siempre unidos en el amor y no nos
separemos ya más». Siendo esto así, habíamos de confesar que el alma no puede
hacer ni pensar cosa más grata a Jesucristo como hospedar en su corazón, con
las debidas disposiciones, a huésped de tanta majestad, porque de esta manera
se une a Jesucristo, que tal es el deseo de tan enamorado Señor. He dicho que
hay que recibir a Jesús no con las disposiciones dignas, sino con las
requeridas, porque, si fuese menester ser digno de este sacramento, ¿quién
jamás pudiera comulgar? Sólo un Dios podría ser digno de recibir a un Dios.
(San Alfonso María de Ligorio)
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