(Mt 15 14)
Cuando al final de los tiempos, el Verbo de Dios nació de María,
revestido de nuestra carne, se manifestó al mundo y dio a conocer algo
diferente de lo que la inteligencia podía descubrir por sí sola. Era evidente
para todos ver su carne. En cambio, su divinidad no se daba a conocer más que a
algunos. Del mismo modo, cuando la Palabra de Dios se dirige a los hombres por
la Ley antigua y por los profetas, se presenta revestida y velada en las
Escrituras. En su encarnación, la Palabra se viste de carne; en las Sagradas
Escrituras se viste de la letra. El velo de la letra es comparable a su
humanidad y el sentido espiritual de la Ley a su divinidad. En el libro del
Levítico encontramos los ritos del sacrificio, las diversas víctimas, el
servicio litúrgico de los sacerdotes.... ¡Dichosos los ojos que ven el Espíritu
divino escondido detrás del velo...
«Si alguien se vuelva al Señor, dice el apóstol San Pablo, el velo se
quita, porque donde está el Espíritu hay libertad.» (cf 2Cor 3,17) El Señor
mismo, el Espíritu mismo ora en nosotros, a él le pedimos que nos quite toda
oscuridad para que podamos contemplar en Jesús el admirable sen
Orígenes (c. 185-253)
presbítero y teólogo
Homilía 1 sobre el Levítico; PG 12, 405
presbítero y teólogo
Homilía 1 sobre el Levítico; PG 12, 405
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