“Se transfiguró en presencia de ellos” (Mt 17,2). Sobre esta figura
moldéate como cera, para que se imprima la imagen de Cristo, del que está
escrito: “Su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron
blancas como la nieve” (cf. Mt 17,2; Lc 9,29). En este pasaje hay que
considerar cuatro cosas: el rostro, el sol, las vestiduras y la nieve. En la
parte anterior de la cabeza, que se llama rostro del hombre, existen tres
sentidos, organizados y dispuestos de una forma admirable. La vista, el olfato,
el gusto. De una forma análoga, en el rostro de nuestra alma, existe la visión
de la fe, el olfato de la discreción y el gusto de la contemplación. (…)
En el sol hay claridad, blancura y calor. La claridad del sol conviene
perfectamente a la visión de la fe, que con la claridad de su luz percibe y
cree en las realidades invisibles. ¡El rostro de nuestra alma resplandezca como
el sol! ¡Lo que vemos con la fe, brille en nuestras obras! ¡El bien que
percibimos con nuestros ojos interiores, se realice exteriormente en la pureza
de nuestras acciones! ¡Lo que gustamos de Dios en la contemplación, se
transforme en calor de amor al prójimo! Así, como el rostro de Jesús, nuestro
rostro resplandecerá como el sol.
San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia
Sermón del domingo de la Septuagésima (Une Parole évangélique, Franciscaines, 1995), trad. sc©evangelizo.org
franciscano, doctor de la Iglesia
Sermón del domingo de la Septuagésima (Une Parole évangélique, Franciscaines, 1995), trad. sc©evangelizo.org
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