¿Queréis que todas vuestras
oraciones sean eficaces infaliblemente? ¿Queréis forzar a Dios a satisfacer
todos vuestros deseos? En primer lugar os digo que no hay que cansarse de orar.
Los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo, carecen de
humildad o de confianza; y de este modo no merecen ser escuchados. Parece como
si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra oración como si fuera un
mandato; ¿no sabéis que Dios resiste a los soberbios y que se complace en los
humildes? ¿Qué? ¿Acaso vuestro orgullo no os permite sufrir que os hagan volver
más de una vez para la misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de
Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos
absolutos.
Cuando se concibe verdaderamente
hasta dónde llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado, jamás se
podría creer que desee quitarnos toda esperanza. Pienso, lo confieso, que
cuando veo que más me hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento
crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi oración haya sido
rechazada, hasta que me doy cuenta que he dejado de orar; cuando tras un año de
solicitaciones, me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no dudo
del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor después de tan larga
espera, creo tener motivo para regocijarme, porque estoy persuadido que seré
tanto más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya dejado rogar. Si mis
primeras instancias hubieran sido totalmente inútiles, jamás hubiera reiterado
los mismos votos, mi esperanza no se hubiera sostenido; ya que mi asiduidad no
ha cesado, es una razón para mí el creer que seré pagado liberalmente.
En efecto, la conversión de San
Agustín no fue concedida a Santa Mónica hasta después de dieciséis años de
lágrimas; pero también fue una conversión incomparablemente más perfecta que la
que había pedido. Todos sus deseos se limitaban a ver reducida la incontinencia
de este joven en los límites del matrimonio, y tuvo el placer de verle abrazar
los más elevados consejos de castidad evangélica. Había deseado solamente que
se bautizara, que fuera cristiano, y ella le vio elevado al sacerdocio, a la
dignidad episcopal.
En fin, ella sólo pedía a Dios
verle salir de la herejía e hizo Dios de él la columna de la Iglesia y el azote
de los herejes de su tiempo. Si después de un año o dos de oraciones, esta
piadosa madre se hubiera desanimado, si después de diez o doce años, viendo que
el mal crecía cada día, que este hijo desgraciado se comprometía cada día en
nuevos errores, en nuevos excesos, que a la impureza había añadido la avaricia
y la ambición; si lo hubiera abandonado todo entonces por desesperación, ¡cuál
hubiera sido su ilusión! ¿Qué agravio no hubiera hecho a su hijo? ¡De qué
consolación no se hubiera privado ella misma! ¡De qué tesoro no hubiera
frustrado a su siglo y a todos los siglos venideros!
Santísima Virgen
Santísima Virgen
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