Me podréis decir: pero la Iglesia está formada por pecadores, lo
vemos cada día. Y esto es verdad: somos una Iglesia de pecadores; y nosotros
pecadores estamos llamados a dejarnos transformar, renovar, santificar por
Dios. Ha habido en la historia la tentación de algunos que afirmaban: la
Iglesia es sólo la Iglesia de los puros, de los que son totalmente coherentes,
y a los demás hay que alejarles. ¡Esto no es verdad! ¡Esto es una herejía! La
Iglesia, que es santa, no rechaza a los pecadores; no nos rechaza a todos
nosotros; no rechaza porque llama a todos, les acoge, está abierta también a
los más lejanos, llama a todos a dejarse envolver por la misericordia, por la
ternura y por el perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad de
encontrarle, de caminar hacia la santidad. […]
En la Iglesia, el Dios que encontramos no es un juez despiadado,
sino que es como el Padre de la parábola evangélica. Puedes ser como el hijo
que ha dejado la casa, que ha tocado el fondo de la lejanía de Dios. Cuando
tienes la fuerza de decir: quiero volver a casa, hallarás la puerta abierta,
Dios te sale al encuentro porque te espera siempre, Dios te espera siempre,
Dios te abraza, te besa y hace fiesta. Así es el Señor, así es la ternura de
nuestro Padre celestial.
El Señor nos quiere parte de una Iglesia que sabe abrir los brazos
para acoger a todos, que no es la casa de pocos, sino la casa de todos, donde
todos pueden ser renovados, transformados, santificados por su amor, los más
fuertes y los más débiles, los pecadores, los indiferentes, quienes se sienten
desalentados y perdidos.
Papa Francisco
Audiencia general del miércoles 2 de octubre de 2013 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
Audiencia general del miércoles 2 de octubre de 2013 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
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