Nadie está en el cielo
más cerca de la Divinidad simplicísima que tú, que tienes asiento sobre la
cumbre de los querubines y sobre todos los ejércitos de los serafines, y por
esto no es posible que tu intercesión sufra repulsa, ni que sean desatendidos
tus ruegos. No nos falte tu auxilio mientras vivamos en este mundo perecedero;
alárganos tu mano, para que, obrando las obras de salud y huyendo de los
caminos del mal, demos seguro el paso de la eternidad. Por ti esperamos que, al
cerrar a este destierro los ojos de la carne, se abrirán los del alma para
anegarse en aquel piélago de soberana hermosura, de suavísimos deleites, por el
cual ansiosamente suspiran las almas regeneradas y que nos anunció y mereció
Cristo Señor nuestro haciéndonos ricos y salvos. A El por ti, Señora, rendimos
gloria y alabanza, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre por los
siglos de los siglos.
Amén.
Oración de San Juan
Damasceno (649-749)
Doctor de la
Iglesia.
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