(cf. Mt 16,24)
Durante la respuesta litúrgica (…) “He aquí que viene el Señor, nuestro
Protector, el Santo de Israel”, Gertrudis comprendió lo que ocurre si alguien,
en lo profundo de su corazón, se aplica a poner toda su voluntad a desear que
toda conducta de su vida, en la alegría como en las adversidades, obedezca a la
muy adorable voluntad de Dios. Por tal disposición, con la gracia de Dios,
rendiría al Señor el mismo honor que rinde al Soberano el que pone sobre su
cabeza la corona imperial. (…)
Vio al Señor avanzando en un camino, agradable por la belleza del
follaje y de las flores, pero estrecho y áspero por los espesos arbustos de
espinas. El Señor parecía avanzar detrás de una cruz que separando las espinas
de cada lado, abría un cómodo pasaje. Se tornaba con rostro sereno hacia los
que lo seguían, animándolos y diciendo: “El que quiera venir detrás de mi, que
se renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24).
Comprendió con esas palabras que cada uno tiene por cruz una prueba
propia. Por ejemplo, la cruz de uno es de deber actuar contrariamente a sus
deseos, bajo el aguijón de la obediencia. La cruz de otro es ver el peso de la
enfermedad poner obstáculo a su libertad. Y así es para todos. Esta cruz cada
uno debe llevarla aceptando, con toda su voluntad, sufrir por lo que lo
contraría. Aplicándose lo mejor posible, sin descuidar nada, a lo que es para
alabanza de Dios.
Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
El Heraldo, Libro III, (SC 143. Œuvres spirituelles, Cerf, 1968), trad. sc©evangelizo.org.
monja benedictina
El Heraldo, Libro III, (SC 143. Œuvres spirituelles, Cerf, 1968), trad. sc©evangelizo.org.
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