Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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viernes, 21 de agosto de 2020

Los dos mandamientos


Cuando alguien preguntó al Maestro cuál era el mandamiento principal, respondió: ««Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero». Lo creo puesto que concierne al ser esencial y primero, a Dios nuestro Padre, por quien todo ha sido hecho, todo subsiste y a quien volverán todos los que serán salvados. Es él quien nos ha amado primero, quien nos ha hecho nacer; sería un sacrilegio pensar que existe un ser anterior a él y más sabio que él. Nuestro agradecimiento es ínfimo si lo comparamos con los inmensos beneficios que de él hemos recibido y, sin embargo, es éste el mejor testimonio que podemos ofrecerle a él que es perfecto y no tiene necesidad de nada. Amemos a nuestro Padre con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro fervor y alcanzaremos la inmortalidad. Cuanto más se ama Dios tanto más nuestra naturaleza se confunde con la suya.

El segundo mandamiento, dice Jesús, es semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»... Cuando el doctor de la Ley pregunta a Jesús: « ¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29), éste no le responde con la definición judía de quien es el prójimo –el pariente, el conciudadano, el prosélito, el hombre que vive según la misma ley- sino que le cuenta la historia de un viajero que bajaba de Jerusalén a Jericó. Herido por unos ladrones..., fue atendido por un samaritano que «se comportó con él como su prójimo» (v. 36).

Y ¿quién es ante todo mi prójimo sino el Salvador? ¿Quién fue el primero en compadecerse de nosotros cuando las fuerzas de las tinieblas nos habían abandonado y herido a golpes?... Tan sólo Jesús supo curar nuestras llagas y extirpar los males enraizados en nuestros corazones... Por eso debemos amarle tanto como a Dios. Y amar a Jesucristo es cumplir su voluntad y guardar sus mandamientos.

 

San Clemente de Alejandría (150-c. 215)
teólogo
Homilía « ¿Cuál es el rico que podrá salvarse? »





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