La humildad es una fuerza secreta que reciben los santos cuando han
sabido llevar bien la ascesis de su vida. En efecto, este poder no se da si no
a los que llegan a la perfección de la virtud por la fuerza de la gracia... Es
el mismo poder que recibieron los bienaventurados apóstoles en forma de fuego.
En efecto, el Salvador les había ordenado que no se marcharan de Jerusalén
hasta que no recibieran la fuerza de lo alto (Hch 2,3; 1,4). Jerusalén
significa aquí la virtud. El poder es la humildad. Y la fuerza de lo alto es el
Paráclito, es decir, el Espíritu Consolador.
Ahora bien, esto es lo mismo que había dicho la Escritura Santa: los
misterios se revelan a los humildes. Es a los humildes a los que se les concede
recibir este Espíritu de las revelaciones que les descubre los misterios. Por
eso los santos han dicho que la humildad es la que realiza en las almas la
contemplación divina. Que nadie, pues, se imagine que ha alcanzado la talla
suficiente de humildad porque en algún momento le haya venido un pensamiento de
compunción, o porque haya derramado algunas lágrimas... Sino que si un hombre
ha vencido a todos los espíritus contrarios..., si cuando ha derrotado o
sometido todas las fuerzas enemigas, entonces siente que ha recibido esta
gracia, cuando «el Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde» (Rm
8,16) según la misma palabra del apóstol Pablo, ésta es la perfección de la
humildad. Bienaventurado el que la posee. Porque siempre se apoya en el pecho
de Jesús (cf. Jn 13,25).
Isaac el Sirio (siglo VII)
monje cercano a Mossoul
Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 20
monje cercano a Mossoul
Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 20
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