Aunque tenemos fe en
Dios, quizás es necesario que verifiquemos si estamos viviendo esa fe que
tenemos. Porque muchas veces nos parece que estamos solos, que caminamos solos
por este mundo, y que Dios está lejos de nosotros. Sin embargo Jesús Resucitado
está presente a nuestro lado, camina con nosotros y quiere intervenir en
nuestra vida, pero muchas veces no dejamos que el Señor nos hable, nos guíe,
nos conduzca y anime. Y así realmente quedamos solos porque no aceptamos la
ayuda de Dios. Y queriendo hacer las cosas por nuestra cuenta, sin consultar al
Señor, nos salen las cosas mal y quedamos tristes y abatidos, cuando no
desesperados y amargados.
Es tiempo de que renovemos nuestra fe, de que la avivemos con el fuego del amor, porque Jesús Resucitado está a nuestro lado día y noche. Él está esperando una palabra nuestra, un pensamiento que le dirijamos, un acto de amor que le dediquemos de corazón a Corazón, para aconsejarnos e indicarnos qué es lo mejor que podemos hacer. Tenemos que hacer acallar todas las voces y todos los ruidos que nos rodean, no sólo en el exterior, sino también en nuestro interior, para que podamos escuchar la voz de Dios, porque Él habla en el silencio.
También la Santísima Virgen está a nuestro lado constantemente, porque Ella también está en cuerpo y alma en el Cielo, y por eso mismo puede estar en todas partes al mismo tiempo, y está junto a cada uno de nosotros. Pero estamos tan distraídos y ocupados en tratar de arreglar las cosas por nuestra cuenta, que no acudimos a la ayuda de Jesús y de María.
Démonos cuenta de que Ellos están con nosotros SIEMPRE, y que no nos abandonan. Pero aprovechemos esta cercanía del Señor y de su Madre, para recostar nuestra cabeza sobre sus Corazones y pedirles consejo y ayuda en cada situación de la vida.
En el tema de la fe, no se trata tanto de descubrir cosas nuevas, sino más bien de profundizar y vivir las cosas que ya sabemos, de gustar de ese tesoro de nuestra fe, haciéndola carne en nuestra vida. Y la fe nos dice que el Señor está a nuestro lado siempre, aunque nosotros muchas veces estamos como los discípulos de Emaús, que caminamos a su lado pero no lo reconocemos, algo nos impide darnos cuenta realmente que Dios camina con nosotros.
Pidamos al espíritu Santo que nos abra la mente y nos ilumine, para así ver al Señor con los ojos de la fe.
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