No
hay mayor sensación de tranquilidad que pedir perdón y perdonar. Las heridas se
cierran y se alivia el alma y el corazón
Hace algunos días estuve en el funeral
del papá de una amiga y me sorprendió su tristeza tan aguda. Obviamente,
cualquier persona sufre con la muerte de un ser tan especial pero el suyo era
algo así como una tristeza doble.
Además del dolor que le causaba la
pérdida de su padre, quien murió repentinamente, mi amiga lloraba porque ambos
llevaban años distanciados, tras una fuerte pelea y después de una relación de
mucha frialdad y tratos injustos. Esto último era lo que en realidad hacía más
agudo el sufrimiento de mi amiga.
Y me compartía que su padre la buscó
varias veces para pedirle perdón, pero admitió que ella se negó a
escucharlo. Los últimos días, me contaba, había estado reconsiderando esta
decisión y estaba pensando acercársele nuevamente. Pero no se atrevía y siempre
decía “mañana” Y el mañana nunca llegó…
“¡Cuánto quisiera retroceder el
tiempo!”, Me decía llena de impotencia. Después de esta experiencia me
quedé pensando en lo importante que es el perdón en nuestras vidas.
Un peso para nuestro camino
Vivir con algún rencor es como caminar
por la vida con una herida abierta que no sana, que sigue sangrando y que corre
el riesgo de infectarse y de comprometer otros órganos.
Algo que hace pesado y también amargo
nuestro andar, pues además de las múltiples preocupaciones que tenemos cada
día, está el recuerdo del daño causado y en muchos casos, el deseo de
vengarnos. Y a veces, sin darnos cuenta, estas ideas deterioran nuestras
relaciones con los demás y también con nosotros mismos.
"Perdonar pareciera de pusilánimes.
En nombre de la justicia podemos decir: “esto es imperdonable” pero cuando nos
miramos a nosotros mismos, nos encontramos con nuestra fragilidad y descubrimos
que por el mal uso de nuestra libertad hemos hecho sufrir a muchas personas,
solo ahí podemos preguntarnos: ¿quién soy yo para negarle el perdón a
alguien?"
El alivio del perdón
¡Y no hay mayor sensación de
tranquilidad que perdonar! Las heridas se cierran y el andar se aligera. Siente
uno un alivio similar al de pagar una deuda. ¡Con la diferencia de que el
perdón es gratis!
El perdón no es la actitud ingenua de
quien acepta con resignación o tolerancia el daño recibido. Es, más bien, la
actitud sincera de quien quiere apostar por el otro, acogerlo y ayudarlo a
cambiar y a sanar sus heridas.
Perdonar y pedir perdón es un acto de
valientes.
De gente que ve las consecuencias de los
errores y de las malas intenciones pero de quien las trasciende y no está
teniendo en cuenta las deudas que los demás tienen con él.
La justica es dar a cada quien lo que le
merece y por ello perdonar es justo, porque todos, por más grandes que sean
nuestras faltas, si estamos de corazón arrepentidos, podemos pedir y ofrecer el
perdón.
Y para quien cree, el mayor modelo de
perdón es Dios, representado en la parábola del Hijo Pródigo y quien, como dijo
el Papa Francisco en su primer Ángelus: “Nunca se cansa de perdonar. Somos
nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”
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