El Buen Pastor, que nos descubre una puerta con horizonte amplio y
divino, nos presenta tres “ases” para una buena jugada en esta tierra: es el
Camino, es la Vida y es la Verdad. Combinarlas, sin confundirlas con otras
cartas con trampa y de cartón, será nuestra misión y sobre todo nuestro reto.
1. Los primeros seguidores de Jesús no pensemos que lo tenían fácil ni
claro. Había que optar por Jesús. Estaban un tanto desconcertados con sus
palabras y, para colmo, ya no era que Cristo tuviera que ser el eje fundamental
de su vida sino que, dando una vuelta más a la tuerca, habría de convertirse en
el único camino, en la auténtica verdad y en la referencia más absoluta para su
vivir. Cada uno vivía como vía (con sus propias cartas) y a nadie se le
escondía que seguir a Jesús era trigo molido.
-Frente a las confusiones de las ideologías dominantes, Jesús, es
un camino que aporta seguridad y confianza
-Frente a las falsedades, maquilladas con la crema del
modernismo, se alza la verdad de un Jesús sustentada en Dios y no, como la del
mundo, en los intereses de algunos en contra de otros
-Frente a la muerte, a veces pregonada como avance (el aborto, la eutanasia o muerte
asistida), Cristo nos recuerda que su proyecto es un plan de vida y que nadie,
excepto el Padre, puede considerarse dueño de la vida de los demás.
2. Como siempre nos queda una asignatura pendiente: creer y conocer a
Jesús. Para testimoniarlo primero hay que sentirlo (como María en sus
entrañas), reconocerlo (como los de Emaús) e imitarlo (como los apóstoles)
desde el convencimiento y no como si fuera un simple disfraz semanal. El mayor
peligro y contradicción que muchos católicos podemos tener es hacer de Jesús un
insignificante atajo (no camino) por el que nos colamos cuando queremos para
recibir simplemente unos sacramentos; cuando lo entendemos como un consejo (no
como verdad suprema).
Ya sabemos que una famosa sentencia aquello de “existen muchos caminos
que conducen a la única vedad”. Pero ello no nos quita para que, como
cristianos, estemos convencidos de que el único CAMINO (certero, limpio, justo,
y comprometido) que nos lleva a Dios es precisamente Jesucristo Salvador. Decir
lo contrario es caer en una religión a la carta: recojo esto que me conviene y
dejo aquello que no me agrada.
3.- Frente a senderos relativistas apostemos por un Jesús permanente y
auténtico. Ante aquellos que proclaman sus ideas como verdades, dejémonos
seducir por un Señor que coloca la verdad en el lugar que le corresponde y,
ante “vidas minúsculas” acerquémonos a Cristo como fuente y cumbre de una vida
que es antesala de otra que nos aguarda.
Javier Leoz
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