Cumplir los mínimos y quedarnos en ellos resulta fácil (aunque no siempre
lo hagamos) porque entre otras cosas nos evitan mayores esfuerzos. Pero cuando
nos proponemos metas más altas, cuando nos las ingeniamos para superarnos a
nosotros mismos, el resultado entonces es de una doble satisfacción: hemos
cumplido y, además, lo hemos hecho con sobresaliente.
1. Ya, el
domingo pasado, Jesús nos decía que un camino, una verdad y una vida nos
aguardaba y apostábamos fuerte por Él. Pero la pregunta es la siguiente: ¿Cómo
hacerlo? ¿Cómo entrar en ese camino? ¿Cómo defender esa verdad? ¿Cómo sostener
esa vida?
El
Evangelio de hoy nos da la clave: con la llave del amor. “Un mandamiento nuevo
os doy” (Jn 13:34). ¿Sólo uno? ¡Sí! ¡Uno! Pero claro, con coletilla: “amando
como yo os he amado” ¡Casi na!
2. Jesús
nos ofrece el secreto para permanecer en su persona como camino. Avanzando por
los senderos de nuestra existencia tendremos que mirar a un lado y a otro. Nada
de lo que ocurra, especialmente si es con el color del dolor, nos podrá
resultar indiferente. Ya el Papa Francisco nos lo recuerda insistentemente
desde el inicio de su pontificado: “hay que salir a las periferias”. Malo será
que por ir deprisa, por mirar hacia adelante, por pretender alturas y
grandezas….dejemos de lado al Jesús que se encuentra al borde del camino.
3. Jesús,
como verdad, nos exige huir de nuestras falsedades. El amor ilumina la verdad
y, la verdad, hace más transparente el amor. El amor por lo tanto, si es como
Dios manda, se convertirá en medidor de nuestra verdad. ¿Amas? ¿Te brindas a
los demás? ¿Es el amor la verdad de tu día a día o, tal vez, algo
extraordinario? Para que Jesús sea la verdad de nuestro corazón tendremos que
cultivar en su interior la perla del afecto sin pausa y sin tregua, el cariño
sin recompensa y sin más interés que el deber cumplido.
4. Jesús,
como vida, nos alienta a vivir amando. Amar a los de cerca es fácil y difícil.
Fácil porque, entre otras cosas, ponemos coto al amor. Pero la vida cristiana
nos exige dar un segundo salto: hay que atrapar por amor incluso a los que se
encuentran más lejos de nosotros.
Jesús,
teniendo a un Judas a su mesa, lo amó y le entregó su cuerpo. ¡Dos veces lo
tomó Judas! Una para comulgarlo en la mesa de Jueves Santo y, otra más, para
venderlo por 30 monedas de plata. ¿Cuántas veces tomamos nosotros a Cristo?
¿Una, dos, tres, cuatro? Cada uno debiéramos de responder: amamos a Cristo
vendiéndolo o, por el contrario, defendiéndolo con una vida noble, sensata y
cristiana.
5.- ¿Qué
diferencia hay entre el amor humano y el amor divino? Preguntaba un párroco a
sus fieles. Y, una anciana, al finalizar la misa le respondió: “que el amor
humano es limitado, sirve a quien quiere y pronto se agota; el amor divino no
mira a quien se hace el bien y, cada vez que lo hace, tiene necesidad de seguir
haciéndolo aunque no sea recompensado”. Dramas y vacíos, miserias y complejos.
Cerca de
la Ascensión del Señor, y viendo la que se nos viene encima, el Señor nos va
fortaleciendo con vitaminas que serán necesarias para ser fieles en aquello que
decimos creer, esperar y vivir. Y es que, mientras estamos en este mundo, la
vida cristiana es eso: un constante descubrir lo que Dios nos ofrece.
Javier Leoz
www.betania.es
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