Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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domingo, 21 de mayo de 2017

EL AMOR LO ILUMINA TODO



Cumplir los mínimos y quedarnos en ellos resulta fácil (aunque no siempre lo hagamos) porque entre otras cosas nos evitan mayores esfuerzos. Pero cuando nos proponemos metas más altas, cuando nos las ingeniamos para superarnos a nosotros mismos, el resultado entonces es de una doble satisfacción: hemos cumplido y, además, lo hemos hecho con sobresaliente.

1. Ya, el domingo pasado, Jesús nos decía que un camino, una verdad y una vida nos aguardaba y apostábamos fuerte por Él. Pero la pregunta es la siguiente: ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo entrar en ese camino? ¿Cómo defender esa verdad? ¿Cómo sostener esa vida? 

El Evangelio de hoy nos da la clave: con la llave del amor. “Un mandamiento nuevo os doy” (Jn 13:34). ¿Sólo uno? ¡Sí! ¡Uno! Pero claro, con coletilla: “amando como yo os he amado” ¡Casi na!

2. Jesús nos ofrece el secreto para permanecer en su persona como camino. Avanzando por los senderos de nuestra existencia tendremos que mirar a un lado y a otro. Nada de lo que ocurra, especialmente si es con el color del dolor, nos podrá resultar indiferente. Ya el Papa Francisco nos lo recuerda insistentemente desde el inicio de su pontificado: “hay que salir a las periferias”. Malo será que por ir deprisa, por mirar hacia adelante, por pretender alturas y grandezas….dejemos de lado al Jesús que se encuentra al borde del camino.

3. Jesús, como verdad, nos exige huir de nuestras falsedades. El amor ilumina la verdad y, la verdad, hace más transparente el amor. El amor por lo tanto, si es como Dios manda, se convertirá en medidor de nuestra verdad. ¿Amas? ¿Te brindas a los demás? ¿Es el amor la verdad de tu día a día o, tal vez, algo extraordinario? Para que Jesús sea la verdad de nuestro corazón tendremos que cultivar en su interior la perla del afecto sin pausa y sin tregua, el cariño sin recompensa y sin más interés que el deber cumplido. 

4. Jesús, como vida, nos alienta a vivir amando. Amar a los de cerca es fácil y difícil. Fácil porque, entre otras cosas, ponemos coto al amor. Pero la vida cristiana nos exige dar un segundo salto: hay que atrapar por amor incluso a los que se encuentran más lejos de nosotros.

Jesús, teniendo a un Judas a su mesa, lo amó y le entregó su cuerpo. ¡Dos veces lo tomó Judas! Una para comulgarlo en la mesa de Jueves Santo y, otra más, para venderlo por 30 monedas de plata. ¿Cuántas veces tomamos nosotros a Cristo? ¿Una, dos, tres, cuatro? Cada uno debiéramos de responder: amamos a Cristo vendiéndolo o, por el contrario, defendiéndolo con una vida noble, sensata y cristiana.

5.- ¿Qué diferencia hay entre el amor humano y el amor divino? Preguntaba un párroco a sus fieles. Y, una anciana, al finalizar la misa le respondió: “que el amor humano es limitado, sirve a quien quiere y pronto se agota; el amor divino no mira a quien se hace el bien y, cada vez que lo hace, tiene necesidad de seguir haciéndolo aunque no sea recompensado”. Dramas y vacíos, miserias y complejos. 

Cerca de la Ascensión del Señor, y viendo la que se nos viene encima, el Señor nos va fortaleciendo con vitaminas que serán necesarias para ser fieles en aquello que decimos creer, esperar y vivir. Y es que, mientras estamos en este mundo, la vida cristiana es eso: un constante descubrir lo que Dios nos ofrece.

Javier Leoz
www.betania.es 

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