«Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos
de pedir perdón».
Hace un tiempo, justo en el marco cuaresmal, el Papa Francisco tomando el episodio conocido como «la mujer adúltera» (cf. Jn 8, 1-11) nos propuso esta reflexión: «Jesús nos ofrece palabras de amor y de misericordia que invitan a la conversión; Dios comprende, atiende, no se cansa de perdonar». Tal mensaje sigue siendo actual y actuante; es para nosotros un motivo de reflexión. Sabemos que no se trata solo de palabras elocuentes sino ante todo de una experiencia de vida. Sí, sólo quien ha experimentado el gozo de la reconciliación divina, su gracia y fortaleza es capaz de saberse dichoso y pleno.
Ahora nos encontramos en el umbral de un tiempo que nos exige y demanda pedir perdón y perdonar por lo que es preciso volvernos a quien ya nos ha perdonado primero: Dios. Él ha enviado a su Unigénito para reconciliarnos consigo; hizo la paz mediante su entrega sacrificial en la cruz y nos ha dotado de libertad pues somos sus hijos, todo esto movido por su amor al hombre (cf. Col 1, 20; Ef 1, 5; 2, 16).
Así, nuevamente en el tiempo de cuaresma, el mensaje es claro y contundente, debemos reconocer que hemos fallado, pues nuestra naturaleza es débil, purificarnos de nuestros pecados mediante los sacramentos y seguir caminando con nuestra mirada fija en Quien nos redime. Hemos de tomar conciencia que las realidades familiares, sociales, políticas e incluso religiosas nos apremian para afianzar nuestros pasos por el sendero de la reconciliación. «hagamos puentes que unan y no muros que dividan».
Creemos en un Dios de perdón
Basta sólo con dar una hojeada por las páginas de la Biblia y darnos cuenta que en cada episodio Dios siempre tiene la disposición de realizar una alianza con el hombre. A pesar de que el Pueblo de Israel haya sido infiel (cf. Ex 32, 1-35); que sus elegidos le hayan fallado (cf.1Re 11, 9ss); que sus discípulos lo traicionaran y negaran (cf. Mc 14, 10-11; 66-72) Él siempre sale al encuentro del hombre, lo acaricia, le pone los mejores vestidos y se llena de alegría (cf. Lc 15, 1-32). Dios, justo y misericordioso, siempre nos perdona cuando de corazón nos volvemos a Él.
Capaces de pedir perdón
Cuan difícil resulta acercarse a quien con nuestros actos hemos ofendido; nos resulta una humillación. Sin embargo cada momento así nos capacita para madurar y creer que el rencor y soberbia se disuelven con la mirada puesta en Quien en la cruz nos ha enseñado que aunque duela, el mayor gesto de amor es entregar la vida (cf. Rm 5,8; Lc 23,34).
Dispuestos siempre a perdonar
El primer paso para lograr un auténtico perdón es la disposición del corazón para acercarse a Dios. Reconocer que «el arrepentimiento brota del conocimiento de la verdad» (Thomas Stearns) y que quien se acerca a nosotros para pedir perdón también ha sufrido por su debilidad. El perdón es como la antesala para gozar de la gracia y el remedio para curar los dolores más profundos del espíritu.
El amor lo cura todo
«Haya sobre todo mucho amor entre ustedes, porque el amor perdona muchos pecados» 1Pe 4, 8. «El amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz.» (Benedicto XVI). Entregandonos todos los días en nuestra vida cotidiana será el mejor signo de que hemos sido testigos de la gran misericodia de Dios. Acerquemos a Él y dejemos que ilumine nuestro existir.
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