A veces nos parece que cuando lleguemos a tal o cual objetivo, o
que tengamos este o aquel objeto o cosa, seremos felices. Pero logrado el fin,
resulta que notamos que no somos del todo felices, y nuestro corazón queda
desencantado, desilusionado.
Pero tenemos que aprender que en este mundo nada ni nadie nos harán felices del todo, porque la tierra no es el Paraíso, y nuestra alma está hecha para el Cielo, está hecha para Dios, y allí sí seremos completamente felices, y para siempre.
Entonces no esperemos obtener la felicidad completa de las cosas o de las personas, porque nadie puede dar lo que no tiene, y tanto las cosas como las personas no nos pueden colmar plenamente el deseo de felicidad infinita que tiene nuestro corazón.
Pero Dios es bueno y, sabiendo que necesitamos ser felices, nos va regalando amores, logros y cosas para que vayamos teniendo como gotas de felicidad, que nos ayuden a seguir adelante en el camino de la vida, y que nos hagan pregustar la Felicidad con mayúscula que tendremos en la eternidad.
Demos gracias a Dios por estos detalles que tiene para con nosotros, dándonos personas y cosas que nos hacen felices en parte, teniendo presente que en este mundo no hallaremos la felicidad completa y duradera, porque estamos hechos para el Cielo, y la tierra no puede dar lo que no tiene, no puede ser la tierra un Paraíso. A lo sumo podrá ser como una especie de antesala del Paraíso, si se vive el Reino de Dios en el mundo, y por el cual debemos trabajar y rezar para que venga este Reino, pero sabiendo que el Paraíso nunca estará en la tierra.
Aprovechemos esos momentos de felicidad, esas gotas de felicidad, para dar gracias a Dios que nos hace pregustar un poco lo que será la gran Felicidad en el Cielo, seamos astutos y recordemos de antemano las palabras de San Agustín: “Nos has creado para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.