Si deseamos ardientemente agradar al Rey de los cielos, esforcémonos de sólo gustar la gloria de lo Alto. El que la ha gustado, despreciará la gloria terrestre. No me sorprenderá que alguien pueda despreciar la terrestre, si no ha gustado la gloria celeste. (…)
El que pide a Dios dones como premio a sus esfuerzos, a puesto fundamentos inestables. El que se ve como un deudor recibirá una riqueza inesperada. (…) Hay una gloria que viene del Señor. Él dijo que a los que lo glorifican, él los glorificará. Existe una gloria que deriva de los artificios del diablo “Hay de ustedes cuando todos los elogiarán” (Lc 6,26). Reconocerás la primera cuando, viendo como un daño que te glorifiquen, la alejarás por todos los medios y en todos lados esconderás tu forma de vivir. La segunda cuando haces de todo para ser visto por los hombres (cf. Mt 6,1). La impura vana gloria nos sugiere aparentar la virtud que no tenemos, diciéndonos: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras” (Cf. Mt 5,16). (…)
Cuando nuestros aduladores, o más bien seductores, comienzan a elogiarnos, recordemos la multitud de nuestros pecados y nos reconoceremos indignos de lo que se dice o hace en nuestro honor. (…) Los hombres simples no son frecuentemente contaminados por el veneno de la vana gloria, porque ella es rechazo de la sencillez e hipocresía de la conducta.
San Juan Clímaco (c. 575-c. 650)
monje en el Monte Sinaí
De la humildad, La Santa Escala, 21ºescalón (SO 24, Bellefontaine, 1978), trad. sc©evangelizo.org
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