A ese Cristo que dio su vida por mí , al que humilló su divinidad para elevar nuestra mortalidad hasta los umbrales del cielo.
Dime qué clase de Amor te llevó a dejarte clavar en el madero, qué habita en tu Corazón para que sufrieras por mí hasta tal extremo.
Fueron mis pecados los que te crucificaron, pero fue también tu amor por perdonarlos lo que te llevó a morir en la cruz.
Cristo Nazareno, la muerte no fue tu fin, sino ese doloroso paso que nos abrió las puertas del Cielo.
A los pies de esa cruz en la que mueres encontrarás dos sombras:
una es el recuerdo de esas culpas nuestras que te clavaron en el madero; la otra es la de
aquellas almas que, arrepentidas, hacen vela cada vez que contemplan a Cristo crucificado.
Madrid, España
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