Ámenla como un San Felipe Neri, quien con solo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso la llamaba sus delicias.
Ámenla como un San Buenaventura, que la llamaba no sólo su señora y madre, sino que para demostrar la ternura del afecto que le tenía llegaba a llamarla su corazón y su alma.
Ámenla como aquel gran amante de María, San Bernardo, que amaba tanto a esta dulce madre que la llamaba robadora de corazones, por lo que el santo, para expresar el ardiente amor que le profesaba, le decía: “¿Acaso no me has robado el corazón?”
Llámenla “su inmaculada”, como la llamaba San Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen para declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su reina; y por eso, a quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a su enamorada.
Ámenla cuanto un San Luis Gonzaga, que ardía tanto y siempre en amor a María, que sólo con oír el dulce nombre de su querida madre al instante se le inflamaba el corazón y se le encendía el rostro a la vista de todos.
Ámenla cuanto un San Francisco Solano, quien como enloquecido con santa locura en amor a María, acompañándose con una vihuela, se ponía a cantar coplas de amor delante de la santa imagen, diciendo que así como los enamorados del mundo, él le daba la serenata a su amada reina.
Ámenla cuanto la han amado tantos siervos suyos que no sabían qué hacer para manifestarle su amor.
† San Alfonso María de Ligorio
"Las Glorias de María"
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