También yo, en el amanecer de esta
jornada
con el alma sujetada por la penumbra,
pero con el corazón inquieto
me he acercado hasta el lugar donde
creía y me dijeron
se encontraba tu cuerpo amarrado entre
vendas, sudarios
o desfigurado por los sucesos de estos
últimos días.
Más, cual ha sido mi sorpresa, Señor,
cuando al cruzarme con María Magdalena,
con Simón Pedro y luego con Juan,
me han dicho que, no tenga prisa,
que tu losa no está ni sellada ni
centrada.
Que la piedra de tu sepulcro se
encuentra movida,
y que abra bien los ojos para la gran
sorpresa que me espera.
¡Ábreme los ojos, Señor!
Pues quiero verte para nunca más
perderte.
Porque, después de avanzar hasta tu
sudario,
necesito certezas para comprender,
y gritar al mundo que ¡Creo! ¡Creo! ¡Y
mil veces creo!
Que has vuelto para devolvernos vida
abundante.
Que, a partir de hoy, la asignatura
difícil de la muerte,
ha sido resuelta y superada por el
Maestro que más enseñó,
con palabras de amor y con gestos de
humildad,
con milagros y promesas felizmente
cumplidas.
¡Ábreme los ojos, Señor!
Quiero, sin temor ni temblor,
y aunque algunos me digan lo contrario,
asomarme y ver el golpe definitivo que
tu triunfo
sobre la muerte ha dejado.
Quiero, con la emoción de los
discípulos,
y de la mano de Santa María Virgen,
comprender y creer que, era cierto,
¡Has resucitado! ¡Lo has hecho por
nosotros!
¡Ábreme los ojos, Señor,
para verte y nunca perderte!
P. Javier Leoz
Gracias Magda por tu visita.
ResponderEliminarUn poema hecho oración. Dios está vivo y está siempre con nosotros.Sí, tengamos los ojos abiertos y el alma sedienta de Él
Un gran abrazo
Sor.Cecilia