Crucifican a Jesús
"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34)
Llegan al Calvario. El camino ha sido
cuesta arriba y Jesús está exhausto. Le quitan con brusquedad su túnica
inconsútil. Jesús sufre al sentir sobre sí mismo la vergüenza de su
desnudez a la vista de cientos de miradas.
El cuerpo Santísimo del Creador del
mundo expuesto a la mofa y escarnio de unos personajes zafios, crueles y
groseros. No es difícil imaginar a la Virgen acercándose para cubrir
con un manto parte el cuerpo de su Hijo. Ningún soldado romano o sayón
judío osó impedir este acto de protección maternal del pudor de su Hijo.
Las cientos de heridas medio cerradas se reabren por segunda vez. Nueva hemorragia. “Le
crucificaron allí, a él y a los ladrones, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Jesús decía «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»”(Lc 23, 34)
San Mateo dice que “desde la hora sexta (doce del mediodía) toda la tierra se oscureció hasta la hora nona (tres
de la tarde)” (Mt 27, 45), y que incluso se produjo un pequeño
terremoto que quizás zarandeara la cruz. La creación, estremecida y
avergonzada, parece que quiere envolver en la sombra del pudor el cuerpo
descubierto de su Creador clavado en la cruz. Y posiblemente comenzó a
hacer más frío.
Por documentos históricos, tanto de escritores cristianos como
paganos, y por los hallazgos arqueológicos de crucificados en la
Palestina de la época del Señor, es razonable pensar que primero
clavaran los dos brazos al tablero horizontal que cargó durante el
camino al Calvario.
Además, conocemos bien el tamaño y la forma de los clavos de hierro
que solían emplear los romanos para la crucifixión: largas pirámides
cuadrangulares, con amplia base de retención, también cuadrada. Los
clavos eran, seguramente, guiados entre el radio y los huesos del carpo (muñeca), o entre las dos filas de huesos del carpo, ya sea próximos o a través del flexor retinaculum y
los ligamentos del carpo. El clavo podía pasar perfectamente entre los
elementos óseos y no producir ninguna fractura. Pero posiblemente, la
herida perióstica era extremadamente dolorosa (el periostio es la membrana fibrosa adherida a los huesos, que sirve para su nutrición y renovación).
Con los brazos estirados pero no en forma tirante, las muñecas -no
las palmas de las manos- eran clavadas al patíbulo. Se ha demostrado que
los ligamentos y los huesos de la muñeca pueden soportar el peso del
cuerpo suspendido. De otra forma, si se hubieran clavado las palmas, el
peso del cuerpo en posición vertical las hubiera desgarrado.
Los clavos pudieron rozar o atravesar el nerviomediano, que produciría descargas de dolor proyectado y referido en ambos brazos. La lesión del nervio mediano provocaría
parálisis de una porción de la mano. Además, la parálisis y las
contracciones musculares podrían haber causado isquemia (falta de
circulación sanguínea adecuada) en muñecas y manos, debilidad de varios
ligamentos y posibles desgarros.
Se produce, además, un intensísimo dolor agudo proyectado a toda la
mano -que se suma al del clavo desgarrando piel, músculos y tendones- y
que se refiere a todo el brazo y hombro en los lados del cuerpo. Se
produce flexión inmediata y permanente del dedo pulgar.
Los pies podían ser clavados con dos clavos o con uno. En este último
caso, el dolor es posible que aún fuera mayor, por la menor facilidad
de movimiento derivado de la necesidad de superponer una pierna sobre
otra. Podemos imaginar además que los verdugos, necesariamente brutales y
despiadados, no tuvieran demasiadas contemplaciones para hincar los
clavos en el cuerpo y en la madera, y que alguno de los martillazos
fallaran en su puntería y cayeran directamente en las manos, muñecas o
empeine del pie de Jesús.
Los pies se sujetaban al madero vertical a través de unos clavos de hierro colocados entre el primero y segundo espacio intermetatarsiano, justamente cerca de la articulacióntarsometatarsiana. Es lógico afirmar entonces que el nervio peroneo y
los nervios de la planta del pie podrían lesionarse con los clavos,
produciendo un agudo dolor referido en ambas extremidades, de modo
análogo a las extremidades superiores.
Se provocaron, pues, en las regiones carpiana y tarsales de
ambas extremidades, heridas punzantes, transfisiantes (que atraviesan),
de bordes contusos y signos de pequeños desgarramientos al tener que
soportar el peso del cuerpo de Jesús.
Levantan la Cruz de Jesús
A continuación se elevaba el leño horizontal, de manera que éste se
clavaba sobre el vertical, previamente erguido. Se podía colocar un
pequeño pedestal (sedile) para apoyar los pies del condenado y evitar que quedara colgado.
Si esto ocurriera, la muerte sobrevendría por asfixia inmediatamente y
de lo que se trataba era prolongar el sufrimiento y la agonía del
condenado lo más posible. En cuanto el crucificado quedaba en posición
vertical, seguramente de forma brusca, se pudo haber producido un estado
de hipotensión ortostática, que, en todo caso, no
privó de la conciencia a Jesús. Pero no es descartable que se produjeran
sensaciones de naúsea, mareo y quizás -de nuevo- vómito.
La crucifixión no tiene porqué afectar a grandes arterias o venas. La
sangre que manó de las extremidades no debió ser excesivamente
abundante. La mayoría de las arterias comprometidas en pies y manos eran
relativamente profundas, no de gran flujo y además la transfixión se
realizaba con objetos punzantes. De todas formas, por la hematidrosis de
la noche anterior, y sobre todo por la flagelación, Jesús ya estaría en
estado de preshock hipovolémico por falta de sangre.
La sangre que brotó de las manos y pies del Salvador pudo muy bien
resbalar por las muñecas y antebrazo, siguiendo los dos recorridos
determinados por la posición del antebrazo en cada movimiento
respiratorio. La sangre también correría por los pies y la madera del
pedestal de apoyo, y quizás llegara hasta el suelo.
La respiración en la Cruz
La muerte por crucifixión es una de las torturas más crueles
maquinadas por el ser humano. El crucificado muere poco a poco –a veces
podía estar más de cinco horas- por asfixia.
Parece lógico que el problema en la crucifixión es la inspiración,
porque hay que elevarse apoyándose en los pies y manos atravesados, pero
lo que ocurre es todo lo contrario: es la espiración la que se ve
seriamente comprometida.
Conviene recordar que en la respiración normal, la inspiración es un
proceso activo que requiere el descenso del diafragma, estimulado por el
nervio frénico.
El resto del proceso de inspiración se debe a los músculos inspiratorios accesorios, tales como los intercostales externos, esternocleidomastoideo, pectorales yparaesternales intercartilaginosos.
Por otro lado, la espiración es pasiva: se produce relajación del
diafragma, que asciende, y se relajan también el resto de músculos
respiratorios.
Sin embargo, el esquema se invierte en la situación de una persona
crucificada. La inspiración pasa a ser pasiva, debido que el cuerpo está
colgado de las muñecas, los codos extendidos y los hombros separados:
los músculos inspiratorios accesorios están “tirando hacia arriba” en el
sentido de expandir la caja torácica. Es decir, la propia postura de la
crucifixión es favorecedora de la inspiración: casi basta con abrir la
boca para que el aire entre, succionado hacia el árbol respiratorio: se
está en una posición torácica en situación de inspiración.
Pero la espiración está intensamente dificultada. Para una exhalación
adecuada se precisa elevar el cuerpo utilizando como apoyo los pies, la
flexión de los codos y hacer movimientos de aproximación de los
hombros. Sin embargo, esta maniobra coloca todo el peso del cuerpo sobre
los huesos del tarso y producirían un dolor severo. Más aún, la flexión
del codo causa la rotación de las muñecas alrededor de los clavos de
hierro, provocando un dolor pronunciado a lo largo del nervio mediano.
Levantar el cuerpo también sería una acción muy lacerante, ya que
apoyaría la espalda sangrante en el poste de madera. Los dolores
musculares y una parestesia(sensación de adormecimiento u hormigueo) de los brazos se suman a la posición extremadamente incómoda.
Jesús sufre una asfixia lenta y dolorosa que tiene como resultado un aumento de la frecuencia respiratoria (taquipnea).
Estas respiraciones, sin embargo, son superficiales, y no se capta
mucho oxígeno. Progresa la insuficiencia respiratoria, en presencia de
desagradables calambres musculares.
"Tengo sed"
Jesús habló desde la cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28)
Aparte de las consideraciones humanas y espirituales de enorme valor,
puede perfectamente implicar también una sed fisiológica paroxística
debida a la intensa deshidratación y pérdida de sangre.
Posiblemente la sed ardiente que padeció Jesucristo, producida por un aumento de la osmolaridad del medio interno y por la severa hipovolemia, es una de las sensaciones más fuertes que puede experimentar el ser humano.
Jesús aceptó y gustó la mezcla de vinagre y hiel que le ofrecieron en una esponja colocada en una caña, “pero en cuanto lo probó, no lo quiso beber”
(Mt 27, 35). Tuvo la delicadeza humana de aceptar ese consuelo, como
aceptó que le ayudaran a llevar la cruz o que le secaran la cara durante
el camino al Calvario. El vinagre y la hiel fueron los últimos
alimentos que el Señor gustó antes de morir.
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