Reflexión sobre la Liturgia del domingo, por el Padre Juan Manuel Perez Piñero
DOMINGO 5º DE CUARESMA
¡Cuánto nos preocupamos y afanamos por la vida! Y tiene que ser así, porque la vida es lo más valioso que tenemos. Se suele decir, incluso, que “mientras hay vida, hay esperanza”. Y la aspiración más importante de nuestro corazón es vivir… Y no cualquier tipo de vida, sino vivir bien, vivir a tope; con “calidad de vida”, como dicen los médicos, y alejar lo más posible el “fantasma de la muerte”.
Este domingo de Cuaresma nos presenta a Jesucristo como el “Amigo de la vida”, el “Dueño de la vida y de la muerte”. Marta y María le dicen: “Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano”.
Y resucitando a Lázaro, cuando llevaba ya cuatro días enterrado, Jesucristo manifiesta que Él es “la Resurrección y la Vida”.
En medio del tiempo de Cuaresma, se nos presenta este domingo a Jesucristo como aquél que “hoy extiende su compasión a todos los hombres y, por medio de sus sacramentos, los restaura a una vida nueva”. (Pref. V Cua.) En efecto, veníamos diciendo que estos domingos de Cuaresma nos presentan tres temas en relación con el Bautismo: El agua, la luz y la vida. Hoy llegamos al tercero, “la vida”.
¿Y de qué vida se trata? De la vida de Dios en nosotros: Porque el Señor Jesús, “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”. (Pref. Pasc. I). Aquella vida que habíamos perdido por el pecado de Adán, nos ha sido devuelta por la Cruz de Cristo. Y se nos comunica en el Bautismo. Es decir, en el momento del Bautismo, Dios, por su infinita misericordia, infunde en nuestro interior, una participación creada de su ser, de su vida, de su naturaleza, y quedamos convertidos en “miembros de la familia de Dios”. (Ef 2,19). Sí, algo divino pasa a nosotros. ¡Y eso es asombroso!
Y si tenemos la vida de Dios en nosotros, no podemos ignorarlo ni olvidarlo, de modo que se pierda o se quede raquítica y sin desarrollo. De ahí la gravedad de los padres y padrinos que no cumplen sus compromisos bautismales.
¡Cuánto nos preocupamos de la vida humana que, en verdad, es grande y maravillosa, pero que, sin embargo, un día, más temprano que tarde, tenemos que dejar! ¿Y de la vida divina que recibimos en el Bautismo? ¿No es verdad que, con frecuencia, nos despistamos un poco? Como no se siente, ni duele, ni se queja, la dejamos abandonada y parece que no pasa nada. Pero esta vida, como participación creada que es de la naturaleza divina, también se puede perder por el pecado grave, que por eso se llama mortal.
Y si se pierde, qué maravilla y bondad de Dios, podemos recuperarla por el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia, que es como un “segundo Bautismo” y, por eso mismo, es algo muy propio del Tiempo de Cuaresma. “Porque es propio de la festividad pascual -decía San León Magno- que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado Bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se cuentan ya en el número de los hijos adoptivos”. (Serm. 6º Cuar.)
Este domingo 5º de Cuaresma, a la luz de la resurrección de Lázaro, y junto a la Cruz del Señor, el “Árbol de la Vida”, se nos presentan unos interrogantes muy importantes: ¿Te interesa la vida sobrenatural que Dios te ha dado? ¿Te interesa seguir a Jesucristo, el Dios de la Vida, la Resurrección y la Vida? ¿Te interesa el Bautismo, que recibiste, recién nacido? ¿Estás dispuesto a seguir cuidando, conservando, desarrollando, recuperando incluso, esa vida? ¿Serás capaz de renovar tu Bautismo, en la Noche Santa de la Pascua, como si te bautizaras de nuevo esa noche y comenzaras de nuevo, a tener la vida de Dios en ti?
Los alimentos de esta vida son la oración, la Palabra de Dios, los Sacramentos, sobre todo, la Eucaristía, y el ejercicio de las virtudes, las buenas obras.
Pero no quiero terminar sin recordar, por lo menos, que también nuestro cuerpo va participar en la victoria de Cristo Resucitado. Y anhela y espera, si puede hablarse así, con toda la Creación, participar de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 18-23), es decir, “la resurrección de los muertos y de la vida del mundo futuro”. El Señor nos lo hizo vislumbrar en Betania, en “la casa de sus amigos”, resucitando a Lázaro “de entre los muertos”. Este domingo lo escuchamos como profecía en la primera lectura, y como realidad futura, en la segunda.
Cuántas gracias hemos de darle al Señor por su bondad y su misericordia. En verdad, “del Señor viene la misericordia y la redención copiosa”, como proclamamos este domingo, en el salmo responsorial.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
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