Octavo
día .
Viernes 25 de abril de 2013
"Hoy tráeme a las almas que están en la cárcel del purgatorio y sumérgelas
en el abismo de Mi Misericordia.
Que los torrentes de
Mi
Sangre
refresquen el ardor del purgatorio. Todas estas almas son muy amadas por
Mí. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a Mi
Justicia.
Está en tu poder llevarles alivio. Haz uso de todas las indulgencias del
tesoro de Mi Iglesia y ofrécelas en su nombre... Oh, si conocieras los
tormentos que ellas sufren ofrecerías continuamente por ellas las limosnas
del espíritu y saldarías las deudas que tienen con Mi
Justicia".
Roguemos por las almas del purgatorio, para que el torrente de la preciosa
Sangre disminuya y abrevie sus sufrimientos.
Jesús
Misericordiosísimo,
Tú
Mismo has dicho que deseas la Misericordia;
heme aquí que llevo a la morada de Tu muy compasivo Corazón a las almas del
purgatorio, almas que Te son muy queridas, pero que deben pagar su culpa
adeudada a Tu justicia. Que los torrentes de Sangre y Agua que
brotaron de Tu Corazón, apaguen el fuego del purgatorio para que también
allí sea glorificado el poder de Tu Misericordia.
Padre Eterno, mira
con Misericordia
a las almas que sufren en el purgatorio y que están encerradas en el muy
compasivo Corazón de Jesús. Te suplico por la
Dolorosa
Pasión de Jesús, Tu Hijo, y por toda la amargura con la cual su sacratísima
alma fue inundada, muestra Tu Misericordia
a las almas que están bajo Tu justo escrutinio. No las mires sino a
través de las heridas de Jesús, Tu amadísimo Hijo, ya que creemos que Tu
bondad y Tu compasión no tienen límites. Amén.
Sugerencia de textos para
meditar en este octavo día de la Novena
"Es pues necesario que
todo cuanto he dicho en el presente documento sobre la Misericordia se
transforme continuamente en una ferviente plegaria: en un grito que
implore la Misericordia en conformidad con las necesidades del hombre en
el mundo contemporáneo. Que este grito condense toda la verdad sobre la
Misericordia, que ha hallado tan rica expresión en la Sagrada Escritura
y en la Tradición, así como en la auténtica vida de fe de tantas
generaciones del Pueblo de Dios. Con tal grito nos volvemos, como todos
los escritores sagrados, al Dios que no puede despreciar nada de lo que
ha creado, al Dios que es fiel a Sí mismo, a su Paternidad y a su Amor.
Y al igual que los profetas, recurramos al Amor que tiene
características maternas y, a semejanza de una madre, sigue a cada uno
de sus hijos, a toda oveja extraviada, aunque hubiese millones de
extraviados, aunque en el mundo la iniquidad prevaleciese sobre la
honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados
un nuevo «diluvio», como lo mereció en su tiempo la generación de Noé.
Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión
mesiánica y que alcanza su culmen en la Cruz, en su Muerte y
Resurrección. Recurramos a Dios mediante Cristo, recordando las palabras
del Magnificat de María, que proclama la misericordia «de generación en
generación». Imploremos la Misericordia Divina para la generación
contemporánea. La Iglesia que, siguiendo el ejemplo de María, trata de
ser también madre de los hombres en Dios, exprese en esta plegaria su
materna solicitud y al mismo tiempo su amor confiado, del que nace la
más ardiente necesidad de la oración.
Elevemos nuestras súplicas, guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones. Esta actitud es asimismo amor hacia Dios, a quien a veces el hombre contemporáneo ha alejado de sí ha hecho ajeno a sí, proclamando de diversas maneras que es algo «superfluo». Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la Cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». (Beato Juan Pablo II . Dives in Misericordia).
Elevemos nuestras súplicas, guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones. Esta actitud es asimismo amor hacia Dios, a quien a veces el hombre contemporáneo ha alejado de sí ha hecho ajeno a sí, proclamando de diversas maneras que es algo «superfluo». Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la Cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». (Beato Juan Pablo II . Dives in Misericordia).
http://juanpablomagno.org/DivinaMisericordia/DivinaMisericordia.Novena.htm
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