Primera observación:
en la vida lo más importante no es tanto lo que nosotros podemos hacer como dar
cabida a la acción de Dios. El gran secreto de toda fecundidad y crecimiento
espiritual es aprender a dejar hacer a Dios: «Sin mí no podéis hacer nada"
dice Jesús. Y es que el amor divino es infinitamente más poderoso que cualquier
cosa que hagamos nosotros ayudados de nuestro buen juicio o nuestras propias
fuerzas. Así pues, una de las condiciones más necesarias para permitir que la
gracia de Dios obre en nuestra vida es decir «sí» a lo que somos y a nuestras
circunstancias.
Dios, en efecto, es
«realista». Su gracia no actúa sobre lo imaginario, lo ideal o lo soñado, sino
sobre lo real y lo concreto de nuestra existencia. Aunque la trama de mi vida
cotidiana no me parezca demasiado gloriosa, no existe ningún otro lugar en el
que podré dejarme tocar por la gracia de Dios. La persona a la que Dios ama con
el cariño de un Padre que quiere salir a su encuentro y transformar por amor,
no es la que a mí «me gustaría ser» o la que «debería ser»; es, sencillamente,
la que soy. Dios no ama personas «ideales» o seres «virtuales»; el amor sólo se
da hacia seres reales y concretos. A Él no le interesan santos de pasta flora,
sino nosotros, pecadores como somos. En la vida espiritual a veces perdemos
tontamente el tiempo quejándonos de no ser de tal o cual manera, lamentándonos
por tener este defecto o aquella limitación, imaginando todo el bien que
podríamos hacer si, en lugar de ser como somos, estuviéramos un poco menos
lisiados o más dotados de una u otra cualidad o virtud; y así
interminablemente. Todo eso no es más que tiempo y energía perdidos y sólo
consigue retrasar la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones.
Muy a menudo, lo que
impide la acción de la gracia divina en nuestra vida no son tanto nuestros
pecados o errores como esa falta de aceptación de nuestra debilidad, todos esos
rechazos más o menos conscientes de lo que somos o de nuestra situación
concreta. Para «liberar» la gracia en nuestra vida y permitir esas
transformaciones profundas y espectaculares, bastaría a veces con decir «sí»
(un sí inspirado por la confianza en Dios) a aquellos aspectos de nuestra vida
hacia los cuales mantenemos una postura de rechazo interior. Si no admito que
tengo tal falta o debilidad, si no admito que estoy marcado por ese
acontecimiento pasado o por haber caído en este o aquel pecado, sin darme
cuenta hago estéril la acción del Espíritu Santo. Éste sólo influye en mi
realidad en la medida en que yo lo acepte: el Espíritu Santo nunca obra sin la
colaboración de mi libertad. Y, si no me acepto como soy, impido que el
Espíritu Santo me haga mejor.
Ejercicios Espirituales San Ignacio en linea
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