SOBRE LA SANTIDAD: Beato José Allamano
Lo importante en el
camino de la santificación es no desanimarnos por nuestras miserias o por
encontrarnos siempre muy alejados de la perfección a la que aspiramos
sinceramente y con todas las fuerzas. Mirad, la desconfianza es un obstáculo
tal que él solo puede detener al alma mejor encaminada, impedirla seguir
adelante y hasta hacerle retroceder en su buen camino. El alma desconfiada es
como un pájaro al que se le cortan las alas, sin posibilidad de vuelo. ¿Sabéis
de dónde proviene la desconfianza y el desanimo? De confiar demasiado en
nosotros mismos, en nuestras fuerzas. Scupoli, en el áureo librito
Combattimento spirituale, dice a este respecto: «Esto debe grabarse en tu
mente: aunque somos demasiado fáciles y la naturaleza corrompida nos inclina a
una estima falsa de nosotros mismos, de suerte que siendo una verdadera nada,
nos creemos algo y presumimos de nuestras propias fuerza sin fundamento alguno. Se trata de
un defecto difícil de conocerse y desagrada mucho a Dios, a quien le agrada y
quiere en nosotros un conocimiento cierto de esta verdad: que toda gracia y
virtud se derivan de él únicamente, fuente de todo bien, y que de nosotros
nada, ni siquiera un buen pensamiento puede venir que le complazca» .
Lo primero, pues,
pedir al Señor que nos conceda el conocimiento perfecto de nuestra nada. No se
trata de hacernos peores de lo que somos, que ya hay razón ahí para ser
humildes; si nos ensoberbecemos es precisamente porque no nos conocemos. Los grandes
genios y los grandes santos, como santo Tomás , puede decirse que no sintieron
siquiera la tentación de envanecerse, precisamente porque, conociéndose
profundamente a sí mismos, su nada, sabían referir todo el bien a Dios
únicamente. Sólo los mediocres y los imperfectos creen ser algo; por eso el
Señor, con caídas humillantes, los llama a la verdad, es decir, al conocimiento
de sí mismos. Pero no hemos de pararnos aquí. El conocimiento de nuestra nada y
la desconfianza que, por eso mismo, hemos de tener, no ha de ser sino el punto
de apoyo para subir a la desconfianza en Dios. Escribe el autor citado antes: «
Si sólo desconfiamos, huiremos o nos daremos por vencidos, superados por el
enemigo. Sin embargo, además de eso es precisa una total confianza en Dios,
esperando únicamente en El y que de El nos vendrá cualquier bien, ayuda y
victoria» . Así se comportaba san Felipe Neri, quien gritaba por las calles de
Roma: «¡Estoy desesperado, estoy desesperado! » Y respondía a quien le
manifestaba su extrañeza: «¡Estoy desesperado de mí para confiar enteramente en
Dios!» El secreto de todos los santos, de su santidad y de sus obras, fue
siempre éste: desconfiar de sí mismo y confiar en Dios. Pero confiar siempre,
en toda circunstancia; confiar especialmente después de las faltas, con tal de
que haya en nosotros buena voluntad de amarlo y de servirlo con perfección. Por
eso, no nos desanimemos nunca a causa de nuestras miserias, que no queremos,
sino agarrémonos a El, abandonémonos en El, que no sólo puede y quiere hacernos
santos sino que, siendo omnipotente, puede construir nuestra santificación
sobre nuestras miserias; repito que con tal de que haya en nosotros un deseo
sincero, una decidida voluntad de corresponder a sus gracias.
Ejercicios espirituales San Ignacio de Loyola
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