¿Cuál no sería la
admiración, hermosura, gozo y amor sin medida de la Santísima Virgen al
contemplar al Divino Niño nacido de su vientre? ¿Nos parece poca cosa que Dios
tenga rostro humano? Una sola mirada basta para llenarnos de su Amor.
¿Contemplamos como María el Rostro de Jesús en la Santa
Hostia en el momento en que el sacerdote eleva al Señor en la Santa Misa?
No nos cansemos de mirarle, de adorarle, de amarle.
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