Jesús mío, qué bueno
eres. Tú lo haces todo maravillosamente bien. Tú me enseñas el camino; Tú me
enseñas el fin.
El camino es la
dulce Cruz..., es el sacrificio, la renuncia, a veces la batalla sangrienta que
se resuelve en lágrimas en el Calvario, o en el Huerto de los Olivos; el camino,
Señor, es ser el último, el enfermo, el pobre oblato trapense que a veces sufre
junto a tu Cruz.
Pero no importa; al
contrario..., la suavidad del dolor sólo se goza sufriendo humildemente por Ti.
Las lágrimas junto a
tu Cruz, son un bálsamo en esta vida de continua renuncia y sacrificio; y los
sacrificios y renuncias son agradables y fáciles, cuando anima en el alma la
caridad, la fe y la esperanza.
He aquí cómo Tú
transformas las espinas en rosas. Mas ¿y el fin?... El fin eres Tú, y nada más
que Tú... El fin es la eterna posesión de Ti allá en el cielo con Jesús, con
María, con todos los ángeles y santos. Pero eso será allá en el cielo. Y para
animar a los flacos, a los débiles y pusilánimes como yo, a veces te muestras
al corazón y le dices..., ¿qué buscas? ¿qué quieres? ¿a quién llamas?... Toma,
mira lo que soy... Yo soy la Verdad y la Vida.
Y entonces derramas
en el alma delicias que el mundo ignora y no comprende. Entonces, Señor, llenas
el alma de tus siervos de dulzuras inefables que se rumian en silencio, que
apenas el hombre se atreve a explicar...
Jesús mío, cuánto te
quiero, a pesar de lo que soy..., y cuanto peor soy y más miserable, más te
quiero..., y te querré siempre y me agarraré a Ti y no te soltaré, y... no sé
lo que iba a decir.
¡Virgen María
ayúdame!
SAN RAFAEL ARNAIZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma