Quizá no exista nada
más trágico en la vida de los hombres que los engaños padecidos por la
corrupción o por la falsificación de la esperanza, presentada con una
perspectiva que no tiene como objeto el Amor que sacia sin saciar. (Amigos de
Dios, 208)
Si transformamos los
proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del horizonte la morada
eterna y el fin para el que hemos sido creados -amar y alabar al Señor, y
poseerle después en el Cielo-, los más brillantes intentos se tornan en
traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas. Recordad la
sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había experimentado tantas
amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de El la felicidad: ¡nos creaste, Señor, para ser tuyos, y
nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti!. (…)
A mí, y deseo que a
vosotros os ocurra lo mismo, la seguridad de sentirme -de saberme- hijo de Dios
me llena de verdadera esperanza que, por ser virtud sobrenatural, al infundirse
en las criaturas se acomoda a nuestra naturaleza, y es también virtud muy humana.
Estoy feliz con la certeza del Cielo que alcanzaremos, si permanecemos fieles
hasta el final; con la dicha que nos llegará, quoniam bonus, porque mi Dios es bueno y es
infinita su misericordia. Esta convicción me incita a comprender que sólo lo
que está marcado con la huella de Dios revela la señal indeleble de la
eternidad, y su valor es imperecedero. Por esto, la esperanza no me separa de
las cosas de esta tierra, sino que me acerca a esas realidades de un modo
nuevo, cristiano, que trata de descubrir en todo la relación de la naturaleza,
caída, con Dios Creador y con Dios Redentor. (Amigos
de Dios, 208)
San Josemaría
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