Acércate a la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Si nuestros
ojos corporales pudiesen ver -ya lo hacen los del alma por la fe- verían al
Divino Cordero ofreciéndose vivo al Padre en expiación de nuestros pecados.
Toda la asamblea está presente en el Calvario. El Padre entrega al
Hijo, por medio de María, para que los hombres lo adoren, lo amen y lo coman.
El Hijo se ofrece al Padre por todas las almas. El Espíritu Santo santifica los
dones terrenales y junto a las palabras de la consagración, hace que la fuerza
de la bendición sea mayor que la fuerza de la naturaleza: el pan se muda, al
igual que el vino, en toda su sustancia, haciéndose Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de nuestro amado Redentor.
Este es el Sacrificio Único, Perfecto y Eterno que ofrecemos al
Padre por nuestra salvación y la de nuestros hermanos. Es la Oblación Pura y
agradable a Dios, único sacrificio que el Padre no rechaza. Cristo, Sacerdote
Eterno (ofrece continuamente el sacrificio en el Santuario celestial) se ofrece
por medio del sacerdote y toma sus manos, lengua, toda su persona para realizar
un milagro mayor que la misma creación.
El Paraíso Celestial está realmente presente en la tierra. Esto es
la Santa Misa. En ella hallamos a todos los coros de ángeles, santos y
bienaventurados del cielo, junto a María Santísima alabando sin cesar al que
está sentado en el Trono y al Cordero Inmolado.
La Misericordia de Dios supera nuestro pobre entendimiento. Démosle
gracias por su obra de salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma