Meditación. –Tiempo fijo y a hora fija. –Si no, se adaptará a la
comodidad nuestra: esto es falta de mortificación. Y la oración sin
mortificación es poco eficaz. (Surco, 446)
Venced, si acaso la
advertís, la poltronería, el falso criterio de que la oración puede esperar. No
retrasemos jamás esta fuente de gracias para mañana. Ahora es el tiempo
oportuno. Dios, que es amoroso espectador de nuestro día entero, preside
nuestra íntima plegaria: y tú y yo -vuelvo a asegurar- hemos de confiarnos con
El como se confía en un hermano, en un amigo, en un padre. Dile -yo se lo digo-
que El es toda la Grandeza, toda la Bondad, toda la Misericordia. Y añade: por
eso quiero enamorarme de Ti, a pesar de la tosquedad de mis maneras, de estas
pobres manos mías, ajadas y maltratadas por el polvo de los vericuetos de la
tierra.
(…) Que no falten en
nuestra jornada unos momentos dedicados especialmente a frecuentar a Dios,
elevando hacia El nuestro pensamiento, sin que las palabras tengan necesidad de
asomarse a los labios, porque cantan en el corazón. Dediquemos a esta norma de
piedad un tiempo suficiente; a hora fija, si es posible. Al lado del Sagrario,
acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier
parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia. (Amigos de Dios, nn. 246. 249)
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